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CON CEPTO DE D IO S EN SAN PABLO 367 de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos, el que está sobre todos, mediante todos actúa y está en todos» (Ef 4, 4 ss;). La unidad de la Iglesia se funda, en último término, en la uni dad de Dios. La fórmula, pues, en virtud de esta relación, no puede significar que «Dios es Padre de todo» o «de todos los, hombres». Dios es él Padre de todos los cristianos, los cuales por un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo-le llaman Padre. El está «sobre todo» porque su poder unifica a todos cuantos creen en Jesucristo. El «actúa mediante todos» para que todos los cristianos sean instrumentos de su voluntad (Cfr. 1 Co 12, 4-11). Finalmente, Dios «está en todos» por el espíritu que ha dado a todos los cris tianos, en virtud del cual pueden exclamar: Abba. Padre. Siempre que los cristianos invocan a Dios con el nombre de Padre (G1 4, 6; Rm 8, 15) se realiza un acontecimiento que está más allá de toda experiencia: Cristo, presente en los bautizados, el Hijo, ora a su Padre. El solo tiene derecho a llamar a Dios Abba. Nuestra filiación divina es una participación de la dignidad de hijo de Cristo; sin embargo, estamos destinados a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8, 29). En virtud de esta relación a Cristo, adqui rida en el bautismo (Gl), el espíritu, el pneuma no tiene —como a veces en el Viejo Testamento y entre los paganos— el carácter de una fuerza misteriosa que domina a los hombres y al que hay que temer, sino el espíritu de Dios que se manifiesta en Cristo y junto a Cristo. El espíritu es, desde el ángulo de Dios, el espíritu de aquel que ha resucitado a Cristo y que vivifica también nuestros cuerpos mortales (8, 11); desde el ángulo de Cristo, es el: espíritu de filiación que reconoce en la exclamación Abba la autoridad y voluntad del Padre. Este espíritu nos proporciona la convicción radical de que somos hijos de Dios. i v Pero los cristianos no pueden dormirse en la falsa seguridad de que tienen a Dios por Padre' Esta dignidad obliga a una mayor santidad, a una más perfecta sémejanza con Dios, porque la rea lización plena de la comunión con él no ha llegado todavía: «Pose yendo, pues, queridos míos, tales promesas, purifiquémonos de todo lo que pueda manchar la carne b el espíritu, completando nuestra santificación en él temor de Dios» (2Co 6, 16-17). Nues tra adopción de hijos representa únicamente las primicias, que justifican la paciente espera; pero aún no se puede ver la gloria futura. El Padre permanece escondido. No le vemos sino en la imagen del Hijo, qüe fue entregado por nosotrosy que también resucitado intercede de continuo por nosotros con la misma pala
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