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GERMAN ZAMORA 279 rada de Alemania que de mí misma, pues yo misma lo soy (Alema­ nia), e. d., soy una parte de ella». En esa perspectiva se impone la comparación clásica del organismo y de sus células, aunque en el cuerpo social se trata — bien lo subraya Edith— de células cons­ cientes y libres, que superan por lo m ismo la ramplona dimensión del mero estar al servicio del Estado. Cuanto más viva y fuerte sea en un pueblo la conciencia de esas relaciones de parte a todo y cuanto más libre sea la subordinación, «tanto más se transforma ese pueblo en Estado, y esa configuración estatal es su organización. Estado es pueblo autoconsciente, que disciplina sus funciones... Considero la organización com o señal de fuerza interior y el pueblo más perfecto, el más estatificado». Son obvios los paradigmas an­ tiguos y modernos a tales convicciones, y Edith los cita con elogio: «Creo poder afirmar con la mayor objetividad que, desde Esparta y Roma, en ninguna parte se ha dado una conciencia de Estado tan poderosa com o en Prusia y en el nuevo Reich alemán» (ib.). Quizá convenga recordar que la Historia fue otra de sus disciplinas favoritas, junto con la filosofía y la germanística. Y en ella Ranke, su «maestro», com o Husserl lo era en filosofía. En esa dirección organicista llega incluso a escribir que «los pueblos son personas, con su propia vida, nacimiento, desarrollo y extinción». Era el 9 de febrero de 1917. Otro personaje fascinado por Prusia estaba a punto de entonar su réquiem por Occidente, después de diagnosticar para cada cultura idénticas o similares fa­ ses de evolución: Oswald Spengler. Como asistente de Husserl en Friburgo, no carecerá de la ayuda económ ica de su madre. Resuelta a aquel «modus vivendi» junto al maestro, fuente de ingresos precarios, no duda en insinuar a su progenitora que lo único necesario ahora sería una renta vitalicia. «Recibí al momento la respuesta de que no debía apurarme por eso lo más mínimo. Así desapareció de mi existencia el espectro del retorno a la escuela, lo que significaba un alivio muy considerable» (5.1.17 - WB 7). A las miserias humanas de la guerra se añaden en el crudísimo invierno de 1917 las de la naturaleza. Las temperaturas bajan en algunas zonas de Alemania a -28° C. Además, el frío se prolonga inusi­ tadamente, com o si no fuera a acabar nunca. El 27 de abril no puede acallar ya su añoranza de la paz y del sol. Husserl está a dos años de los sesenta. La discípula ha pensado frecuentemente en el homenaje, en el «Festschrift» obligado. Y alimenta la más firme esperanza de que para entonces «la guerra haya terminado por fin. En este inacabable invierno se han fundido en un único anhelo

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