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GERMAN ZAMORA 2 7 7 que tal situación le comportaba se compensó con la firmeza de carácter y el autodom inio que ello le hizo adquirir, hasta «poder guardar casi sin esfuerzo un sosiego uniforme». Edith soñaba ya con su propia futuro y, por cierto, con un destino de gloria. Clave para lograrlo sería el arma excepcional de que iba notándose dotada, una inteligencia superior. «En la escue­ la se me tomará en serio», se decía. Ahí ingresó un año antes de lo normal, sin pasar por el «Kindergarten», que rechazó com o indigno de ella. Y en la escuela llega a sentirse «más en casa que en casa». ¿P o r qué? Posteriormente confesará repetidas veces que su alma nada ha deseado tanto com o la verdad. El saber puede darle la verdad o ponerla en su pista, y aquélla, com o en el caso de otro gran buscador, S. Agustín, en la de Dios. Entre las condiscípulas pasó, com o antes en el hogar, un poco por la sabidilla de la clase. Mas no tardará en perder la fe de sus mayores. Mientras que la honda religiosidad materna se nutría de una sumisión inquebran­ table a la Ley y de convicciones naturales afincadas en el fondo del alma — «su» prueba de la existencia de Dios, tal com o Edith la trasmite, tenía esta curiosa formulación: porque «yo no puedo de ninguna manera comprender que todo cuanto yo he alcanzado lo deba a mis propias fuerzas» (LJF 32)— el espíritu inquisitivo y reconcentrado de la menor seguía rumbos muy distintos. De los 13 a los 21 años le será imposible admitir la existencia de un Dios personal. Esa crisis era, tal vez, parte de otra mayor, en virtud de la cual se apartó voluntariamente de sus preciados estudios, mas sólo para volver después a ellos con mayor ansia de saber, de dar con la verdad; Dios podía muy bien esperarla a la vuelta de la esquina de esa actitud. Mas no sería ya el Dios de la sinagoga, ni el de los filósofos, a pesar de haberse abierto camino hacia El por la filosofía. Aunque seguía visitando la primera, lo hacía por acom ­ pañar a la madre, no por convicción : en la sinagoga le resultaba edificante más que el cu lto divino, «la devoción de mi madre, com ­ pletamente sumergida en Dios». — II — En esa situación decidió alejarse de casa, de su ciudad y de todo el ambiente conocido, en busca de su tierra de promisión: la fenomenología. Husserl la explicaba en Gotinga y allá irá Edith en busca de los dos. Más que la separación espacial dolió a la madre la moral y reli­ giosa, cuya intensificación temía. Pero, «si es necesario para los

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