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2 9 2 EL MUNDO EPISTOLAR DE EDITH STEIN casa es com o es», lo cual no le impide repetir, bíblica y profètica­ mente, que no tenemos aquí ninguna morada duradera. Las noticias de sus emigrados en América le hacen presente un fenómeno no muy diverso: para sus hermanos, para la generación vieja, es difícil aclimatarse: «todos tienen " H e im w e h " » y preocupa­ ción por aquellos que siguen en Breslau. En cambio, los sobrinos se han adaptado rápidamente y obtienen excelentes calificaciones en la escuela. Rosa había conseguido, tras grandes esfuerzos, pasar a Holanda y unirse a Edith. Vivía com o portera del convento; se había hecho terciaria del Carmen. En cambio, los pocos que quedaban en la ciudad natal lo pasaban bastante mal: «La hermana que aún seguía en Breslau, ha sido deportada al campo, alojada con otras once señoras en una buhardilla y obligada a ocho horas de trabajo. Mi hermano mayor y su mujer viven temiendo idéntico forzado proceder. Todos los esfuerzos de los parientes en USA para trasla­ darlos allá han fracasado hasta la fecha» (18.11.41 - BA 126). No menos patética es la situación de sus antiguos amigos filó­ sofos. Como en la primera guerra mundial, también la segunda, y más dramáticamente aún, hace casi imposible cualquier contacto. Y com o en aquélla cayeron algunos de los más queridos e insignes feno- menólogos, igualmente en ésta. En la última carta a Edwig Conrad- Matius, 5.11.40, le pregunta con angustia por el paradero de esos amigos de toda la vida. «¿Sabe Vd. dónde para Ana Reinach? No sé nada de ninguno. Hans L. hace de nuevo toda la guerra. ¿Dónde pueden estar sus h ijos? ¿E Ingarden y sus cuatro pequeños?» (5 .11 .40 -BH 56). El 18.11.41 le llegará, tras muchos rodeos, la no­ ticia de que uno de esos amigos ha caído de un balazo en la cabeza en el frente oriental. «Deja dos hijas, de las que ha sido padre y madre, pues su mujer murió muy pronto». Se trata probablemente del aludido Hans Lipps, caído en Rusia en 1941; había pertenecido al círcu lo fenomenològico de Gotinga y sido más tarde profesor ord i­ nario en Francfort. Es, ba jo ese aspecto, en la segunda guerra mundial, el paralelo de H. Reinach en la primera. La muerte de ambos afectó hondamente a Edith. Esa guerra ha puesto al alcance de la policía secreta alemana los países ocupados. En Echt las hermanas Stein no pueden estar muy seguras. Edith y sus cohermanas se dan bien cuenta de ello. A una superiora le escribe el 2.2.42: «Naturalmente que estamos muy agradecidas de haber pod ido permanecer, al menos hasta ahora (lo cual de tejas abajo significa: no haber pod ido marcharse). El «ahora» depende enteramente del cariz general de la situación —una razón más para rezar incansablemente por el grande deseo

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