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GERMAN ZAMORA 2 9 1 dio de la prueba; el oscuro destino de su pueblo en la tierra se le torna luminoso, al contrario de lo que acaecía en otros muchos compañeros de fuga. Porque «cuanto más tenebroso vaya hacién­ dose para nosotros aquí abajo, tanto más debemos abrir el corazón a la luz de arriba» (9.12.38 - BA 111). Sus o jo s veían claramente, ba jo la urdimbre superficial de la historia, los hilos invisibles que la iban tejiendo. Y distinguían los dedos del tejedor y el sentido de ese tapiz absurdo que para no pocos contemporáneos parecía ser la época moderna. Esa visión profunda del otro lado de la trama le permitía mantenerse enhiesta en su esperanza en medio de la tragedia. «La fe en la historia invi­ sible debe darnos siempre fuerza cuando lo que logramos ver en su exterior (en nosotros mismos y en otros) podría restarnos án im os...» (16.5.41 - BA 124). La despedida del Carmelo de Colonia fue penosa. Había hecho de él su nueva patria espiritual. «Pero tenía la convicción firme de que (esta separación) era la voluntad de Dios y de que así podía evitarse algún mal. Aquí (en Echt) he sido acogida con el más grande amor». Dicho Carmelo holandés había sido fundado pre­ cisamente por carmelitas expulsadas de Colonia en 1875, que lle­ varon consigo no pocas cosas de su antigua residencia, com o el altar del co ro y muchas otras (12.4.39-B A 116). Por tanto, había tenido en cierto m odo precursoras y allí encontraba patentes ves­ tigios, aparte las tumbas en la clausura. «Sobre todo, se respira aquí auténtico espíritu del Carmelo. Esto es lo m e jo r ...» (ib). Desde allí aprovechará cada ocasión para enviar saludos a «mi querida primera patria conventual» y para la «Reina de la Paz» en la Schnur- gasse colonesa: una imagen de la Virgen cuya bendición fue a implorar cuando ya estaba en camino para Echt y en una hora crítica para la paz mundial. El desarraigo inevitable que ese trasplante implicaba proyecta su atención hacia una ciudadanía que no es de este mundo. Se siente errante, com o el clásico tipo de su raza. En una de las pri­ meras cartas de Echt deja caer esta constatación: «La familia ha sido dispersada por (toda ) la tierra. Pero Dios sabe por qué o para qué bienes (22 .1 .39 -BA 115). En la nueva residencia van tomando forma y perfil destacados esas ideas y quien, a principios de siglo, había subrayado con énfasis su pertenencia a una patria terrena, escribe ahora que «es bueno pensar que nuestro derecho de ciuda­ danía está en el cielo, siendo los santos nuestros conciudadanos y vecinos» (14 .4 .39 -BA 117). Pero su tónica espiritual es la de una inmensa gratitud «p o r la suerte de hallarme aquí y porque esta

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