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2 9 0 EL MUNDO EPISTOLAR DE EDITH STEIN Rosa). «Rosa intenta pasarse a Holanda mediante la Raphaelsve- rein, y sería para ella lo m ejor». «Es realmente imprevisible cóm o se las podrán arreglar para liquidar el negocio. Va a ser difícil de veras y, para colm o, me parecen ambas ya muy extenuadas por la lucha. ¿Y qué será de ellas después? Me gustaría que Rosa pudiei’a venir un par de días en Navidad. Entonces podríamos, al menos, discutir las posib ilidades...» (27.10.38 - BA 109). Sobre esta odisea trágica no se cierne otro mentor que la fe inquebrantable de Edith y su confianza en que la madre sigue cob i­ jándolos desde el cielo sobre todos los puntos de la tierra: «Y o con fío firmemente que mi madre tiene ahora poder para ayudar a sus h ijos en el gran apuro» (31.10.38-BA 110). Y, sobre todo, que en medio de contrarias apariencias, el Señor no los abandona. Así escribe a un cuñado, luego de invitarle a recapacitar «sobre lo mu­ cho malo que hemos pensado y hecho»; «...estaríamos dejados a nosotros mismos, si Alguien, que ve más claro y largo que nosotros, no cuidara de nosotros» (27.10.38 - BA 109). — VI — Ella, por su parte, ha ofrecido su vida por la salvación de todos en la esperanza de conseguirles una doble patria. Y está tranquila, porque no duda que Dios la ha aceptado. Trascendiendo lo inme­ diato, busca su mirada en la historia de su raza otros avatares de exterminio. El paralelismo se ofrece fácil. En el antiguo Egipto, en Persia, Roma y en tantos otros países se vieron ya amenazados de genocid io... Pero el Señor los salvó. Por carmelita sabe muy bien que, aunque servir a Dios es reinar, el trono está en la cruz. «No puedo menos de pensar en la reina Ester, tomada de su pueblo precisamente para asistir ante el rey en favor de ese pueblo. Soy una pobre e impotente, pequeña Ester; pero el Rey que me ha elegido es infinitamente grande y m isericordioso. ¡ Qué consuelo tan grande!» (31.10.38-BA 110). En su visión de la historia judía el destino del pueblo de Dios está ba jo la cruz; es lo que quiso sig­ nificar con su prop io sobrenombre de religiosa: T. B. de la Cruz. «Y hoy m ejor que entonces sé lo que quiere decir estar desposada con el Señor ba jo el signo de la cruz» (9.12.38 - BA 111). El último día de ese año 1938, en la noche de San Silvestre, habrá de expatriarse ella también. Desde el 3 de enero del 39 p ro ­ ceden sus cartas de la pequeña ciudad holandesa de Echt. La dis­ persión de la familia Stein, lejos del lar nativo de Silesia, está casi consumada. Mas su espíritu cristiano se mantiene impávido en me

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