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GERMAN ZAMORA 2 8 5 — IV — A finales de ese año 1935 se ha agravado considerablemente la insegura situación de sus parientes en Alemania. Comienza la gran diáspora de los mismos. Edith sabe que las cosas no mejorarán, sino al contrario, y se duele de no poder hacer nada por ellos, ex cepto i'ezar y pedir oraciones. Todos, ch icos y grandes, yacen ba jo la misma amenaza. «Será cada vez más difícil. Tres sobrinos están ya en América, uno se prepara para Palestina. Sólo queda aquí el menor (de trece años), que será bendecido el 23, o sea, recibido en la comunidad com o «h ijo de la Ley» (17.11.35 - BH 40). Su madre ha cambiado ligerísimamente de actitud, pues envía en las cartas a Edith «saludos para todas». Otras «madres» hacen ahora por ella lo que haría la primera «si comprendiera nuestra vida». Su hora, sin embargo, se aproxima; no precisará acom pañar a los suyos en la odisea que comienza para los que pue den escapar, ni a los que no pueden, en los terrores que les esperan en los campos de exterminio. Sus hijos volarán en las direcciones de la rosa de los vientos; ella, tronco de esa rosa fa miliar, se marchitará rápidamente en el prop io jardín. La alarma cunde a mediados de jun io del 36. A Edith la sorprende entre las vivencias de un pequeño pentecostés personal. « ¡E s un tiempo tan pletórico de gracia! Y en medio de esta temporada ha llamado el Señor a la puerta de mi buena madre para prepararla a su paso a la eternidad» (23.6.36 - BA 89). De una enfermedad, al parecer sin importancia, se pasa, tras va rios altibajos, al decaimiento total. «¡H a ce 8 días ha escrito ella misma tan amorosamente! Fue siempre com o la vida misma y de una actividad infatigable. Por eso la inacción actual le resulta lo peor... Mi gran deseo era que desapareciera toda la dureza y amar gura de los últimos años y le visitara la paz ...» (Ib.). Desde fines de jun io saben que la enfermedad, no obstante pa sajeras mejorías, es incurable; se sospecha incluso que padezca cáncer de estómago. Se renuncia a una operación eventual, porque no sería sino «inútil crueldad»; sólo resta esperar una prolongada y purificadora «pasión»; la ausencia de Edith le es causa de vivo dolor y nadie podría hacérselo comprender. Para Edith «pensar que mi madre me espera en vano en su dolor» es también espina muy buida. Pero espera que el Señor la perdonará, porque su vida ha sido una vida de sacrificio sostenida por una confianza filial en su Dios desde la infancia hasta los 87 años que cuenta, a pesar de haber perdido, com o la mayoría de los jud íos contem-
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