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2 8 4 EL MUNDO EPISTOLAR DE EDITH STEIN con la verdad, con toda la plenitud de la verdad» (BA 17), G. von Le Fort, A. Koyré, Hedwig Conrad - Martius y su marido «Autos» (curioso mote con que era con ocid o dentro del círcu lo de fenome- nólogos el profesor Conrad - Martius y que Edith emplea cariño samente en alguna carta), etc. Las grandes amistades de Edith no se pierden, pues, sino que se acendran más con la nueva orienta ción de su existencia. En ellas reverbera ahora un tono de delicado intimismo, sin distinción de credos, reflejo de la obra de la gracia. A su madrina protestante le dice: «Cuando Vd. escribió, acababan de devolverme desde París su libro sobre las plantas: el picaro de Koyré se lo había llevado clandestinamente. ¿Sabe que él y Do estuvieron aquí en agosto? Esto me alegró sobremanera y fue una gran ayuda para mí; le di a leer el primer capítulo de mi gran Opu s y él me animó a continuar trabajando... Parece que también Autos piensa en una visita. Eso me llena de alegría. La reja le agra dará menos que a Vd., pero se acostumbraría en seguida» (17.11.35 - BH 39). Mas la mirada con que ahora contempla a sus amigos de juventud y de afanes filosóficos no se detiene ya en la comunidad de ideales universitarios de otrora o en la satisfacción de deseos terrenos. A lo sumo — indica humorísticamente a sus fieles amigos de Bergzabern— os pediría, «si aún subsiste vuestro pomar, un par de mazanas, pues esta dieta sin carne exige mucha fruta». El pre sente, por supuesto, no se hizo esperar, aliviando sin duda el régi men excesivamente piscívoro de un claustro teresiano. Tampoco su soledad está vacía. El sentimiento de que nada le falta a quien tanto dejó, es constante. Es su soledad una soledad sonora, llena de Dios. Aunque sus insignes conocidos no acudieran a la reja — de cuyas visitas, por lo demás, se alegra sinceramente y que desea— no los echa de menos en absoluto ni tampoco aquellas cosas que para tantos constituyen la alegría de vivir. A un sacerdote que le ha preguntado cóm o ha pod ido acostumbrarse a la soledad le responde que tal pregunta le hace sonreír. «He estado la mayor parte de mi vida mucho más sola que aquí. No echo de menos nada de lo que fuera hay, y poseo todo lo que fuera echaba de menos» (11.2.35 - BA 81). Las cartas que recibe son tantas que le resulta «prácticamente imposible responder a todas». Esa imposibilidad crece cuando, ter minado el noviciado, vuelve a trabajar febrilmente en filosofía.
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