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222 E L H A M B R E E N E L M U N D O D E N U E S T R O S D IA S mientos. De esto suelen ufanarse los holandeses, como cuando afir man ante los extranjeros con tono de proverbio popular: «Dios hizo el mundo; pero los holandeses hemos hecho a Holanda! ». 0 cuando esculpieron en los diques restaurados del Zuyderzee: «Een Volk dat leeft, bouwt zign toekoüst». En otro sentido el valle del Tennesee (EE. UU.) ha sido total mente acomodado a la producción agraria. En Italia (bajo el mando de Mussolini) una grande extensión de tierras pantanosas — las marismas pontinas— fueron desecadas y adaptadas al cultivo, lográndose simultáneamente un beneficio doble. Donde más puede admirarse el trabajo del hombre para con seguir el mayor rendimiento de la tierra en los lugares áridos en que el agua es el principal problema que solucionar, quizá sea la URSS. Ella ha hecho realizaciones asombrosas al convertir tierras secas de Asia Central en fértiles campiñas. Una serie de pantanos y de diques sobre el río Syr-Daria permiten el riego de 300.000 hec táreas de tierras vírgenes. En otras regiones ha construido kiló metros y kilómetros de tuberías que llevan el agua a distancias larguísimas, consiguiendo convertir en fértiles tierras baldías. Y ya se sabe que para realizar todo esto, se han tenido que solucionar complicadísimos problemas de ingeniería y agronomía. En la península de Kola, a tres grados de latitud norte, han adaptado el cultivo del trigo, remolacha, pepinos, calabazas, etc.; y un poco más al norte, en un verdadero desierto polar, maíz, pa tatas y frambuesas. Son famosos los estudios realizados por el profesor Bogomolov sobre las realizaciones de la Unión Soviética en materia de ganar tierras cultivables, una verdadera transformación de la naturaleza. Estudios similares se están llevando a cabo en Pakistán con el fin de remediar la zona seca de Beluchistán. Ejemplos más cer canos tenemos en el caso de Israel, país semidesértico, que ha con seguido tierras cultivables (120.000 hectáreas) por medio de diques y control de aguas torrenciales. Y aunque es cierto que los dólares norteamericanos y las ayudas de sus hermanos de raza, los grandes banqueros del mundo, han contribuido poderosamente a la empre sa; ésta, al fin y al cabo, es un índice de los esfuerzos que se pueden hacer en este campo, seguidos de feliz éxito. Otras operaciones de menor escala, dignas — sin embargo de esto— de encomio, se han realizado en Marruecos, Túnez, Tchad, Madagascar... y España (a la que nombramos en último lugar por modestia, no por falta de méritos). Dichosos los pueblos que poseen
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