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PELAYO DE ZAMAYON 2 1 9 siguen, intentan dar alguna respuesta a estas y parecidas preguntas. Quizá el conocimiento más pormenorizado del mal llegue a contri­ buir —aunque sea en escasa medida— a remediarlo en alguno de sus matices: llegará, por lo menos, a secundar los deseos del Con­ cilio y del Papa, y a imitar la conducta de la Iglesia, inspirada y movida por la caridad para con todos los hambrientos del mundo. I I EL PROBLEMA DEL HAMBRE Gana y necesidad de comer: escasez de frutos y otros comesti­ bles: deseo ardiente de una cosa. Así definen el hambre los diccio­ narios corrientes; y así la entiende toda persona normal desde la edad infantil. Pero para que constituya un problema, el hambre tiene que ir unida con la escasez permanente de alimentos; de forma que puede definirse: Situación económica permanente de quien siente necesidad de alimentarse y carece de medios para sa­ tisfacerla debidamente. Y aun podría añadirse que, cuando se habla del problema del hambre, se sobreentiende que en tal situación se hallan no solamente una persona o pocas, sino muchedumbres más o menos numerosas. Tal es la situación actual en el mundo. Lo cual tiene mucho de extraño: quiero decir que la extrañeza es el primero e inevitable sentimiento — o, quizá más propiamente, reacción— que se produce en el ánimo de quien atentamente con­ sidera el hecho. En presencia del cual no puede menos de pregun­ tarse: ¿Todavía reina el hambre en el mundo? ¿Es posible que haya todavía mil millones de hambrientos, después de tantos y tan ma­ ravillosos adelantos también en lo concerniente al orden económico? Sí, por desgracia; aunque discurriendo a priori, la respuesta podría aparecer inverosímil. He aquí el porqué de semejante inverosimilitud: Al alborear la época industrial, los numerosos inventos produjeron la admiración de las gentes e hicieron concebir la esperanza de que las m á q u in a s (el tren, el barco a vapor, el telégrafo, el teléfono, los talleres mecá­ nicos y centenares más de maravillosas invenciones) contribuirían a economizar el esfuerzo del hombre trabajador, a eliminar su fatiga e incrementar prodigiosamente la producción de bienes de uso y consumo, y en general, de riq u e z a s . En efecto, las máquinas funcionaron cada vez más y mejor; cada vez se inventaron e in­ ventan más perfectos y eficaces artefactos; cada vez se dominan

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