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P E L A Y O D E Z A M A Y O N 2 3 3 La desocupación tanto rural como urbana es crónica en los países subdesarrollados. Son más numerosos en el campo por el carácter especial del trabajo agrícola, con sus inevitables paros «estacionales». También lo son los poseedores de una exigua por­ ción de terreno — minifundio— ansiosos de que el latifundista los contrate por más tiempo, ya que su pequeño pegujal no les ofrece ni trabajo ni producción suficiente. Los nuevos métodos agrícolas — la mecanización del campo— han eliminado y continúan eliminando la mano de obra campe­ sina, ocasionando el éxodo rural a la ciudad, y el crecimiento de las grandes urbes, hasta adquirir algunas proporciones mastodón- ticas en sentido absoluto y relativo. Existen países subdesarrollados en que los obreros agrícolas no trabajan más de 20 horas a la semana (en algunas naciones íbero - americanas y en el Extremo Oriente). Los ingresos son tan escasos que no bastan para cubrir sus necesidades; la miseria es su inseparable compañera. Gastan asimismo un tiempo útil en la realización de pequeños trabajos sin rendimiento: arrancar hierba, coger leña... Como es obvio, cons­ tituyen un gran potencial humano sin aprovechar, que equivaldría a un enorme capital, y que podría utilizarse para provecho de esos pueblos. Lo cual se agrava con pensar que la producción actual en el Tercer Mundo podría conseguirse con dos veces menos de hom­ bres y de jornadas de trabajo. De donde resulta que en Pakistán, por ejemplo, hay un excedente de mano de obra rural de un 50 por ciento. Todo este potencial humano, sabiamente empleado, permitiría introducir notables mejoras en estas naciones. No es preciso re­ currir a grandísimas y costosísimas inversiones que necesitarían para su actuación muchos técnicos y abundante capital; sino a pequeñas obras, como excavación de pozos, canales de riego, pro­ tección del suelo contra las lluvias, plantación de árboles, etc. Tra­ bajos que no necesitarían mucha mano de obra cualificada y que están al alcance de cualquier campesino: y que, sin embargo, pue­ den llevar a un cierto enriquecimiento de la colectividad, rentables económicamente; que, además, cambinados con otras realizaciones de mayor embergadura para su complementación, servirían para dar empleo a esa mano de obra y para introducir mejoras per­ manentes. Pero ¿cómo pagar el trabajo de estos hombres? Temen los economistas que surja el fenómeno de la inflación, si se realiza con moneda. La respuesta parece ser la siguiente: Si los hombres trabajan para sí —o en su propio interés— no necesitan cobrar

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