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22ó E L H A M B R E E N E L M U N D O D E N U E S T R O S D IA S Afortundamente las cosas van cambiando gracias a la más di­ fundida e intensificada instrucción, como también al feliz resultado de las experiencias llevadas a cabo en los países progresistas: los reacios vieron el fruto y se convencieron de la bondad de los pro­ cedimientos. El aumento de la productividad que de esto se ha seguido y que puede continuar acrecentándose ya se notó en los párrafos del anterior apartado. También se recordaron anteriormente, como fac­ tores tradicionales defectuosos, las vacas sagradas de la India y los monocultivos en diferentes latitudes del planeta. 5.° C au s a s m o ra le s : La desigual distribución de la riqueza en el mundo. Las invectivas lanzadas contra el capitalismo por los socialis­ tas, comunistas y anarquistas, de una parte: las censuras y conde­ nas que de sus defectos graves han pronunciado los Sumos Pon­ tífices desde León XIII hasta nuestros días, de otra, y tras los Pontífices toda la doctrina social católica... han puesto tan patente esta causa del empobrecimiento de grandes sectores de la pobla­ ción (el «proletariado») en Europa y aún en todo el mundo, que huelga insistir sobre este particular. Lo que sí habría que añadir es que casi todos los defectos achacados a la conducta de una clase — los c a p ita lis ta s — en perjuicio de otra — los p r o le ta r io s — en el orden nacional o interno, hoy hay que extenderla también al orden internacional; es decir, a los pueblos ric o s (por lo menos, a la ma­ yoría) respecto de las naciones pobres, por lo menos de aquéllas que han sido víctimas de la avara e injusta explotación por parte las primeras: las cuales se han valido de su prepotencia y situación pri­ vilegiada para someter inicuamente a su utilidad y provecho eco­ nómico a las naciones menos poderosas, precisamente por ser más pobres o más escrupulosas en la observancia del orden moral in­ ternacional. Bastará recordar cuanto dice a este propósito la encíclica P o - p u lo r u m P ro g re s s io : «El deber de solidaridad de las personas es también el de los pueblos: ’’Los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vía de desarrollo” (Conc. Vat. II, G a u c lium et Sp es, n. 86, 3) Se debe poner en prác­ tica esta enseñanza conciliar» 7. 7. N . 48.

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