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S A N T O S G O N Z A L E Z D E C A R R E A 179 el plano e sca to lóg ico de la fe, fuera de toda manifestación ob jeti­ vante 53. 2. La imagen m ítica del m undo. Creo que fundamentalmente se debe estar de acuerdo con Bult- mann en reconocer que la visión que el hombre del NT. tenía del mundo era de carácter mítico. Dicha concepción era compaginable con una profunda fe monoteísta y providencialista. El hombre del NT. estaba lejos de los ambientes filosóficos griegos y del espíritu científico. De hecho, son muchos los textos neotestamentarios en los que se reñeja la concepción que podemos denominar mítica. Des­ tacan, sobre todo, los textos que hablan de la actividad de los demo­ nios, de Satanás, de los ángeles. La manera de entender la acción de estos seres en el mundo de los hombres es fundamentalmente mítica. Desde el punto de vista de la crítica histórico-literaria, se debe reconocer que gran parte de los elementos catalogados por Bult- mann com o míticos o m itológicos se encuentran en las grandes sín­ tesis teológicas (Pablo y Juan) y en aquellas partes de los evangelios que presentan un carácter más secundario desde el punto de vista h istórico, com o es el marco en que se encuadran los relatos y dichos y bastantes relatos en los que se pretende resaltar el elemento maravilloso. Esto no significa que se elimine sistemáticamente lo extraord inario de la tradición evangélica. Pero es innegable que en el proceso formativo de la misma se nota un aumento de lo mila­ groso, de la presencia de intervenciones sobrenaturales, precisa­ mente en aquellas partes que literariamente ofrecen indicios sufi­ cientes de menor primitividad. Se constata una clara tendencia a materializar, a objetivizar sensiblemente la acción salvífica de Dios. Piénsese en las numerosas apariciones de ángeles en los relatos de la infancia y de la resurrección. Los mismos relatos de milagros han sufrido un desarrollo, en orden a evidenciar la intervención divina, la presencia de un poder sobrehumano en Jesús. El esquema teológico de Me, «la oculta epi­ fanía» (M. Dibelius), era favorable a que se multiplicara lo extraor­ dinario. Aunque también se debe reconocer que la mayor parte de las historias de milagros conservan una moderación impresionante, si se comparan con las historias milagreras del ambiente helenís­ tico 54. 53. Ibidem, pp. 175 ss. Véase también Glauben und Verstehen III, pp. 202 ss. 54. Sobre los m ilagros de la tradición evangélica véase T. A. B u rkill, The Nation

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