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G. DE SOTIELLO 69 fundamente fiel a la realidad; que la ciencia antigua pudo ser una ocasión, pero que no decidió de la metafísica tomista; que la filo­ sofía tomista no es insuperable para hacernos inteligible el dato revelado, aunque sí es hasta la fecha la más adecuada; las direc­ trices de la Iglesia nada añaden a la filosofía tomista, que se acepta o se rechaza por su valor intrínseco. Finalmente, por lo que respecta al arcaísmo de los problemas, hay que decir que los esenciales no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y que porciones muertas las tenemos hasta en filósofos de nuestros días. La filosofía tomista — yo escribiría escolástica— alcanzó un nivel en la problemática última de Dios y del hombre que no podemos orillar ni desvirtuar y sin ese nivel la filosifía de occidente quedaría gravemente muti­ lada. A condición , claro está, de no situarse en una postura com o la del P. Fernández (p. 79, nota 17), capaz de hacer ruborizarse a cualquier auténtico tomista. R en ova ción m etod o lóg ica U. Pellegrino estudia este tema y advierte insuficiencias en el m odo com o la filosofía neoescolástica aborda los problemas de Dios, del hombre y del mundo. Echa de menos, en el problema de Dios, una preparación para comprender el mito, el símbolo, el mis­ terio, y una filosofía del lenguaje, además de la escasa importancia que se suele dar a la filosofía de la religión, que en los últimos cincuenta años ha progresado en forma notable. En el estudio del hombre sería de desear mayor atención a los problemas de la per­ sona com o actualidad dinámica y comunitaria y al aspecto h istórico y concreto, sin descuidar, es obvio, la dimensión esencial y meta­ física. Por lo que atañe al problema del mundo habría que actua­ lizar la visión clásica de la ciencia en dos direcciones principales: hacia una filosofía de la ciencia y una filosofía de la historia. Y en el campo de las ciencias del espíritu, dar mayor importancia a una filosofía estética. Sin desconocer la autonomía de la filosofía, el Concilio nos exige hoy coordinar la filosofía con una teología cristocéntrica. Con ello quedarían exorcizadas la sugestión fideísta en teología y el racio­ nalismo filosófico. Pero para ello se requiere una sólida formación metafísica, que nos sitúe más allá de cualquier fenomenismo. El conten ido de la revelación tiene que aspirar a expresarse en con ­ ceptos analógicos, con lo que se iluminan zonas importantes del mundo sobrenatural. Además la razón nos hará captar el valor y los límites de otras ideologías y nos preservará del amenazante

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