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G. DE SOTIELI.O 7 7 La filosofía cristiana emplea una terminología hermética para muchos contemporáneos, demasiado aislada tanto de la teología com o de las ciencias, lo contrario de lo que ocurrió en la Edad Media, cuando la filosofía era un elemento indispensable en todo saber. La Iglesia dispone hoy de centros reservados a la formación de sus seminaristas, tanto seculares com o religiosos, de centros para seglares y de centros mixtos. La enseñanza cristiana de la filo­ sofía es un hecho. Pero, ¿ c óm o se encuentra organizada? ¿Cuáles son los métodos empleados? Sería el momento de hacer examen de conciencia acerca de la dotación de las bibliotecas de filosofía, pre­ paración del profesorado, selección de alumnos. Para que la ense­ ñanza de la filosofía cumpla los cometidos señalados más arriba es preciso desarrollar en los jóvenes, tanto seglares com o futuros sacer­ dotes y religiosos, la capacidad de admiración, de reflexión y de contemplación filosófica necesarias, que les prepare para entrar sin peligro en el mundo del pensamiento contemporáneo no cristiano. Dos defectos fundamentales deben ser evitados con sumo cuidado: el dogmatismo y el historicismo. El dogmatismo ha surgido debido al hecho histórico de que la filosofía estaba al servicio de la teología y ha terminado por adoptar sus mismos métodos. La filosofía esco­ lástica se resintió también de su utilización apologética. «Es la vecindad con la teología la responsable del dogmatismo que carac­ teriza con frecuencia la filosofía llamada cristiana y sus métodos di­ dácticos» (p. 97). El Concilio ha pedido una mayor libertad para la investigación de la verdad. Pero hay otro peligro que amenaza a la filosofía: el historicismo, que no hemos de confundir con historicidad. Ese historicismo no mira al ser, sino a lo que se ha pensado acerca del ser, con lo que se desemboca en un erudito relativismo. Y en ello «el error del his­ toricismo en filosofía es exactamente el mismo si se reemplaza la reflexión personal acerca del ser por la exposición de las ideas filo­ sóficas de un filósofo antiguo o por las de un filósofo moderno o contemporáneo. Esta segunda forma de historicismo de ciertos filó­ sofos cristianos no deja de denotar un com p lejo de inferioridad muy extendido entre los cristianos que viven en un ambiente n o cris­ tiano» (pp. 101-2). Las categorías «antiguo», «m oderno» nunca han sido categorías filosóficas, com o no lo son en el campo de la estética. Con ello creen poder dar a la filosofía cristiana el «estilo» que se acomoda al hombre actual. Nuestros contemporáneos son sensibles al estilo y fácilmente Enseñanza cristiana de la filosofía

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