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B A S IL IO MORENO 39 Papa, sobre todo cuando —como sucedía en el caso de Sixto— el nuevo Pontífice tra ía ideas muy p e rso n a le s7. Es muy probab le, sin embargo, que en el caso de Mons. Taverna influyera una c ircunstancia p a rticu la r que apun ta el em ba jado r Olivares. Pe rsona lista como era, Sixto deseaba asegu ra rse la m á­ xima independencia a la ho ra de acom eter sus empresas. Para ello, apenas elegido, m uestra un in terés desacostum b rado en sus pre­ decesores po r reu n ir g randes can tidades de dinero en el castillo de San t Angelo; tan to que los rep re sen tan te s d ip lom áticos comen­ tan en tre irónicos y preocupados el afán económico del Papa y aven tu ran mil cábalas sob re su posible destino. Em ba rcado en la difícil empresa de reun ir la m ayor can tidad posib le de dinero, el Papa Montalto m ira hacia todos los posibles m anan tiales. Y com ienza a p resion a r sob re los Colectores que re ­ p resen taban los in tereses económicos de la San ta Sede en los dis­ tin to s países. Mons. Taverna tiene que agu an ta r e sta presión ya que desde hacía algún tiempo e staba tam b ién al fren te de la co lectoría de España. Exp resam en te nos dice el em b a jado r español Olivares que el Papa e staba descon ten to del Nuncio de M adrid po rque le enviaba poco d in e r o 8. Sabemos que, po r su pa rte , el Rey a lababa la ac tua ­ ción de Mons. Taverna. Y es muy p robab le que, en la m ed ida en que ag radaba al Rey, desag rada ra al Papa, puesto que los in te ­ reses de ambos en este caso seguían cam inos encon trados. De hecho, apenas com ienza a a c tu a r el nuevo Colector enviado po r Sixto a E spaña, Felipe II manifiesta su disgusto, y apun ta la conveniencia de que, al igual que en años an te rio res, el Nuncio d irija tam b ién la C o le c to ría9. Un deseo al que el Papa no pod ía acceder en aquellos momen tos en que ten ía en E spaña un Colector al que «ensalzaba en las nubes» 10. Poco después de la elección de Sixto comienzan a c ircu la r rum o ­ res sob re un relevo en la N unc ia tu ra de Madrid; se hab la, como 7. N o hay p o r qué re c u rrir a la explicación, p o r lo menos g ratu ita en este caso, de H . B iaudet, Les Nonciatures apostoliques permanentes jusqu’en 1648: Annales Academiae scientiarum Fennicae, Ser. B, vol. ///. H e ls in k i 1910. E ste autor, en las páginas 58-59, atribu ye los frecuentes cam bios de N u n cio s ya en los prim e ro s meses al carácte r caprichoso del Papa y a su abierta oposición a todo legado del Pon tifica d o an terior. 8. O livares a F elipe II; 27-1-1587; Arcli. Gen. Simancas, Estado, Roma, leg. 948, f. 52. 9. F elipe II a O livares, 4-III-1587: Arch. Gen. Simancas, Estado, Roma, leg. 949, f. 153; cf. tam bién ibid., leg. 948, f. 52. 10. O livares a F elipe II, 27-1-1587: ibid.

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