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J . M .a L A SO G O N Z A L E Z 15 concluía que hab ía de ex istir uno que fuera el más perfecto, el cual sería Dios, como en este o tro en el que, advertido el orden en el universo, concluye que ha de ex istir un o rdenado r, tan to en uno como en o tro argum en to , la natu raleza metafísica de un Dios así hallado ha de con stitu ir un ser «noüs». Esta doc trina de Aristóteles, fundam en tada según se ha visto, explica las afirmaciones aisladas en el Corpus Aristotelicum , en las que asegura que Dios es «noüs» y causa del orden. Así, cuando en el p rim e r libro de los Metaphysica dice: «Cuando uno en verdad d ijo que el «noüs», como en los vivientes, tam b ién en la natu raleza era causa de o rden y de toda disposición (toü kósmou kai tés táxeos páses), apareció como p ruden te fren te a los an te rio res que hab la ron con ligereza» 37; o cuando en De cáelo dice que «Dios y la natu raleza nada hacen en vano» 38; o, po r fin, en el fragm en to conservado de o tra de las ob ras perd idas de Aristóteles, el «Peri eukhés: «Que Aristóteles pensaba en algo incluso supe rio r al «noüs» y a la «ou- sía», está claro al final de su lib ro sobre la oración, donde sab ia mente dice que Dios es «noüs» supe rio r al «noüs» 39. Pero si Dios, que es hallado como «noüs, es hallado al m ismo tiempo como lo m ejo r en la serie de las realidades positivas, no pod rá ser simp lem en te «noüs», sino «noüs» en su m e jo r estado e inmu tab le. Este es el fundam en to en que parecen apoyarse los razonam ien tos de Metaphys. X II, 7 y 9, por los que Aristóteles viene a conclu ir que la natu raleza de Dios ha de consistir en un acto eterno de pensarse a sí mismo. De estas reflexiones, que conducen a la definición de Dios como «nóesis noóseos», no parece habe r ra s tro alguno en el p rim e r Aris tóteles; quizá pud ieran forzarse como vagas referencias a ello al gunos de sus fragm en tos; tal, el ú ltimo citado del "De precibus". Po r lo m ismo, tampoco es fácil en con tra r definida en el p rim e r A ristóteles la trascendencia abso lu ta de Dios y su causalidad final, sin fo rzar la in te rp re tac ión de los textos; ya que, tan to la trascen dencia abso lu ta de Dios, como su causalidad final, son en realidad conclusión y no an teceden te de la definición de Dios como acto de pensarse a sí m ismo: ¿cómo un ser que consiste en el acto de pen sarse a sí m ismo pod ría p roducir un movim iento físico, si no es 37. Metaphys. I, 3, 984b 15-18. Como es sabido, se refiere Aristóteles en este pasaje a Anaxágoras. 38. De cae. I, 4, 271a 33. 39. «é epékeiná ti toû noû». W. D. Ross, Aristotelis fragmenta selecta (Oxford 1958). De prec. frag. 1.
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