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346 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA claro tal comportamiento. Sobre todo si, al mismo tiempo, se lan zan los más enconados insultos contra instituciones, personas y sis temas cuyos defectos podrían resultar insignificantes en una mesu rada comparación. Otras serían las conclusiones si se empleara el mismo sistema métrico de comprensión y abertura para todos. En España, concretamente, se da mucho este fenómeno curioso. Se ve a través de unas gafas de aumento —del más tétrico pesimis mo— el acontecer nacional. Pero lo más desconcertante del caso es que otros pueblos — cuyo descreimiento nos asusta— para los in- conformistas de estirpe son auténticos, ejemplares y admirables. El inconformismo «intolerante» es, de momento, uno de los peligros más funestos de deformación de la opinión pública. II. CONTENIDO Y AMBITO DE LA OPINION PUBLICA Entre los derechos públicos que enumera expresamente la Pa- cem in terris figuran la libertad de información y la libertad de ex presión, con la limitación que impone una consideración moral del problema. La libertad responsable en el uso de estos medios de di fusión es el vehículo normal de formación de la opinión pública sana. Se insiste en la valoración ética de la noticia y del acontecer hu mano para no crear confusionismo en torno al delicado tema de la opinión pública. Y es que este concepto se ha desnaturalizado y, en vez de servir al bien de la comunidad, sirve a los intereses egoís tas de grupos minoritarios. Todo vicio en la apreciación del bien público ataca en la misma raíz de la opinión y la bastardea. Toda coacción externa es una violenta intrusión en el campo sagrado de la intimidad personal y del ambiente colectivo. La opinión requiere un clima higiénico de sinceridad, espontaneidad y libertad. El concepto de opinión pública es plurifacético. Por eso hay que situarse en un mirador alto para que no se escape a la observación ninguna de las zonas del acontecer y del quehacer humano. Como la vida es un continuo proceso, un ir y venir aprisado de personas y hechos, la opinión tiene que desplazarse entre el público y convivir serena y dinámicamente en todos los ámbitos mundanos. El pen sador que se aisla puede presentar bellas teorías o piezas de museo arqueológico. Todo lo contrario de la pública opinión que necesita de horizontes abiertos para subsistir. Es un peligro «personalizar» la opinión pública e imponerla luego a la gente. Y el periodista serio debe evitar a toda costa el manipular la noticia a su capricho, si guiendo una línea que no tenga sólidas bases en el pueblo. Lo dice
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