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370 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA simpatía por millones de hombres no católicos. Y este es un fenó meno sorprendente. De hecho, la preocupación del mundo entero se ha polarizado, por primera vez en la historia, en torno a un su ceso religioso. Y esta tensión es un síntoma que invita al optimismo. El Cardenal König avanza un boceto de lo que debe ser el perio dista «católico» y de su función profesional al servicio de la opinión pública católica. La opinión pública «ocupa un lugar legítimo en la Iglesia», como lo subrayó concienzudamente Pío XII. Es posible que la Iglesia misma no haya utilizado siempre al máximo esta posibilidad, del mismo modo que resulta problemático afirmar que los publicistas católicos hayan recibido una ayuda oportuna y es perada. De cualquier forma que sea, se ha llegado a la convicción de que los laicos tienen una misión urgente que cumplir: la for mación de una opinión pública en conformidad con las exigencias técnicas y sociológicas de nuestro tiempo. Naturalmente, la opinión pública católica tiene que desenvolver se en un plano superior de honestidad, veracidad y realismo. La prensa católica debe permanecer ajena a todas las servidumbres desde el momento en que se compromete a informar de hechos de la índole más varia. No caben en principio dentro de su ámbito ni las interpretaciones meramente subjetivas, ni los sensacionalis- mos, ni las exégesis tendenciosas. Si el periodismo es, por su misma naturaleza, éticamente opuesto a todas las manipulaciones vergon zosas, al periodismo católico hay que exigirle ideas claras y metas limpias. Sin excluir a los elementos eclesiásticos de la tarea de formar la opinión pública católica, el Cardenal König insiste en la labor preferente que corresponde a los laicos. Y es que «el laico católico habla en cierto modo, deberíamos decir sobre todo, por boca del periodista católico. La Iglesia ha llamado al laico para que tome su parte de responsabilidades. Por eso tiene que considerar y acep tar al periodista católico como portador del laico católico en su justa libertad e indispensable responsabilidad». El laico, por su forma de vida arraigada en el ambiente ciuda dano, está capacitado para sorprender los estados de opinión del público y en mayor grado que el eclesiástico. El laico tiene derecho a opinar. El periodista católico, como portavoz de este derecho, es posible que llegue a expresarse de un modo tan audaz que sorpren da a los mismos medios jerárquicos. König ve en esta coyuntura posible una prueba de la vitalidad de la Iglesia. Y afirma rotun damente, que «si el laico hace uso de este derecho, de un modo y con un método que sorprenden a veces, incluso que extrañan a la
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