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J. CALASANZ GOMEZ 369 Alertado y amaestrado por los hechos, el Concilio Vaticano II tomó conciencia de los peligros del rumor y de la acción positiva de los medios de difusión a favor suyo. Por eso ha situado a la opinión publica en un puesto de honor, en el puesto que una con­ sideración realista le concede. Como dice König, con una experien­ cia personal muy clara del problema: «La opinión pública reemplaza a los reyes y a los prínci­ pes; los periodistas desempeñan hoy en día el papel de los delegados y embajadores. Las noticias que, en un abrir y ce­ rrar de ojos, dan la vuelta al mundo, reemplazan a los antiguos informes secretos». El Vaticano II, con un cambio de tácticas que le instala en un nivel típicamente contemporáneo, ha ganado la batalla de la opi­ nión pública. Esto no quiere decir que la información haya sido siempre lo debidamente seria y responsable. Los partes informati­ vos de la Oficina de Prensa del Concilio, en su primer período, es­ camotearon hasta un límite ridículo la historia y la marcha interna de las sesiones. Pero, en la hora de ponderar los resultados, hay que anotar una gran simpatía de la prensa, de la radio y de la tele­ visión por el Concilio. Ha habido, es verdad, cierto confusionismo en la interpretación de las discusiones. Hasta se ha hablado de aber­ tura de fronteras, de diálogo democrático, de la sana libertad que reinaba en las salas conciliares. Y todo esto es cierto, pero en un plano concreto que conviene puntualizar. La reunión conciliar no ha sido —ni podía serlo por razones sobrias de fidelidad— una asamblea parlamentaria. El mismo sistema de votaciones está en los antípodas de una política de sufragio. Sencillamente, porque las reuniones tenían un carácter apolítico. Los medios de difusión han dado, con machacona insistencia, una imagen excesivamente naturalista del Concilio, olvidando el carácter primordialmente religioso del mismo. De este modo la prensa sensacionalista ha glosado a su modo la libertad conciliar contraponiendo los planos de opinión marcadamente diferenciados: jóvenes y viejos, progresistas e integristas. Tal concepto responde a una idea de democracia política que queda al margen de las in­ tervenciones de los teólogos y expertos del Concilio. De todos modos, esta misma prensa sensacionalista, si no ha servido para informar honradamente a los lectores, ha puesto en el primer plano de la actualidad la reunión religiosa de Roma. En contraposición al Vaticano I, el II ha desbordado todas las fronte­ ras y ha sido noticia, una noticia de excepcional interés seguida con

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