PS_NyG_1968v015n003p0339_0372
368 I.A OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA modo de salir al paso a los rumores es informar al público de un modo veraz, serio y responsable. Donde no resplandece la opinión pública con claridad fuerte de mediodía, se crean espejismos de fantasía y rumor. Concretamente, la Iglesia, sigue diciendo Kónig, no siempre ha apreciado en su justo valor la importancia de la opinión pública. Hoy mismo no la aprecia en la medida necesaria, en opinión de muchos técnicos y periodistas. Cómo es posible la minimización de la opinión pública a la altura del siglo xx. Desde luego, la actitud conservadora de la Iglesia ha hecho que quede desfasada peligrosa mente por los nuevos inventos técnicos. Hay que admitir con leal tad, que, en principio, se desconfía de todo lo que presenta un aspecto de excesiva novedad. La conclusión es catastrófica: la Igle sia vive durante algún tiempo al margen de la técnica que, por su novedad y prestigio, ha llevado tras sí a los hombres mejor capa citados. Otro mal que se ha repetido a través de la historia, es que la Iglesia puede aparecer ante los fascinados ojos de los hombres de todas las vanguardias —filosofía, sociología, técnica— como pa rapetada en mitos oscurantistas y sin contacto con la vida misma. Para Kónig es un error lamentable cerrar los hechos bajo las llaves del secreto. Sencillamente, porque la política del secreto da lugar a la fantasía, a la curiosidad y al flirteo morboso del rumor. Es mucho más inteligente prevenir los peligros de la imaginación de las masas con informe claro y sencillo de los hechos. Para pro bar esta tesis aduce el Cardenal el ejemplo del historiador inglés del Concilio Vaticano I, el monje benedictino Butler. Como es sa bido, se impuso el más estricto secreto a los Padres Conciliares. El resultado inmediato fue que se creó un clima de desconfianza y suspicacia. No se podía contestar al rumor con la noticia cierta. Por su parte, el periodismo laico, marcado con un signo hostil a la Iglesia, pudo dirigir sin la menor oposición la complicada y as tuta política del rumor, de los prejuicios antieclesiásticos y de las interpretaciones tendenciosas. Todo esto dio a la prensa antirreligiosa un prestigio enorme, puesto que se había adueñado del campo de la información for mando estados de opinión carentes de todo fundamento honesto. El secreto impuesto a los Padres había envainado la «espada de la palabra». El Concilio Vaticano I perdió una guerra muy impor tante: la de la opinión pública. Butler opina que «la única refuta ción hubiera sido dar al público semana tras semana los informes de las sesiones» y que, al final, «hubiera habido menos equívocos e incomprensiones si hubiera dado acceso a los reporteros de la gran prensa a los debates del Concilio».
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz