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J. CALASANZ GOMEZ 341 En una biografía de nuestro tiempo habría que incidir en algu­ nos valores relevantes: 1. Sentido de apertura. El hombre moderno es un hombre abierto a las diversas corrientes del pensamiento y de la técnica. Los medios de comunicación masiva ponen a su disposición la no­ ticia internacional, servida puntualmente por las agencias. Basta con pulsar los «mandos» de la radio o de la televisión para seguir el ritmo del mundo mediante los servicios informativos. Se dan periódicamente «avances informativos», reportajes en directo. En la radio la información es, con frecuencia, simultánea al hecho que se publica. Luego, llega la televisión que sensibiliza y visualiza la noticia mediante la imagen. De este modo desaparecen las fronte­ ras —las de la distancia geográfica y las del desconocimiento mú- tuo entre los pueblos— y se hacen presentes acontecimientos de los lugares más apartados del mundo. En un plano religioso, esta presentidad puede crear problemas muy serios que la Iglesia debe tener en cuenta a la hora de formar a los hombres y, de un modo más comprometido, a la juventud. El católico de las generaciones pasadas —muy próximas en el tiempo a la nuestra— vivía cómoda y seguramente instalado en sus creen­ cias, sin estímulos turbadores de afuera. Hoy, se entrecruzan los estados de opinión no sólo en materias científicas, políticas y cul­ turales sino también en el campo concreto de la religiosidad. Se opina de todo y la religión no escapa a este «signo de los tiempos». ¿Cómo reaccionará el joven ante ideas que ponen en tela de juicio su fe tradicional y ante enfoques que amenazan a la raíz misma del Cristianismo? La Iglesia se enfrenta con el problema y no puede dar soluciones provisionales. Este intercambio de ideas que llegan hasta nosotros sin control aduanero, exige una formación sólida en materia reli­ giosa. La Iglesia tiene que montar guardia para velar incesantemen­ te por la fe de sus súbditos para que conserven en su máxima pu­ reza la doctrina revelada, inmutable, exigente y viva. Pero resulta que existe un amplísimo campo de cuestiones opinables sobre pro­ blemas de moral, puesta al día, divulgación pastoral. En la Iglesia debe implantarse un régimen flexible de opinión pública, en la que quepa la emisión del propio juicio, el contraste de pareceres, la consulta voluntaria y el diálogo en «mesa redonda» al cual deben ser invitados todos los hombres de buena voluntad. En este aspecto concreto, la Iglesia ha dado un ejemplo decisivo de su respeto a las diversas formas de expresión incluso de sectores ajenos a su propio credo dogmático. El campo de acción de la Iglesia se ha en-

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