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364 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA prometería la dignidad de la persona humana. Y si el Estado va minando el ámbito de actividad e influencia que corresponde a la persona o al pueblo se llega a una progresiva socialización que —afir­ ma el Obispo— «prepara las conciencias y las instituciones para un posible triunfo comunista». Cuando el Estado se apodera de los órganos de la opinión y de los medios masivos de influencia la vida entera se va estatificando. Urge encender el disco rojo como ad­ vertencia contra el excesivo dirigismo que ahoga la opinión pública para imponer la suya. Lo que se ventila, en última instancia, es la salvación del hombre, su dignidad personal, su sagrada independen­ cia. Como decía Eisenhower, el dilema es serio: el hombre o es una criatura noble «un poco más bajo que el ángel», en expresión bíblica, o una desalmada máquina para ser esclavizada, utilizada y consumida por el Estado para su propia glorificación. Mons. He­ rrera está obsesionado por el espectro de los estados totalitarios que, en los últimos años, han llevado a los pueblos a las crisis más dolorosas. Las objeciones de principio contra las consignas vienen ratifica­ das por el pensamiento pontificio que el Obispo expone y glosa. La Renán novarían, de León XIII, esclarece con ponderación los lími­ tes de la actuación estatal que rebasaría su legítima competencia con una intromisión vedada en el campo de las asociaciones. La misión del Estado es «proteger» no dirigir desde afuera. Las asocia­ ciones gozan de leyes propias que dimanan de su misma estructura interna. Una intromisión foránea hiere de muerte, porque destruye su principio vital. Por otra parte, el Estado, implicado en una labor desbordante, se deforma si acapara egoístamente tarea y obliga­ ciones que, por la misma naturaleza de las cosas, exceden sus atri­ buciones. Pío XI preconiza el principio de «subsidiariedad» del Estado que se enuncia así: El poder público está ordenado a «dirigir, vigilar, urgir y castigar». Pío XII insiste en que el poder público debe «tu­ telar el campo intangible de los derechos de la persona» y promover el bien común. Contra el intervencionismo monopolizador del Estado, la visión católica es personalista y — en frase textual de Pío XII— «toma decidida posición, en la teoría y en la práctica, a favor de la justa libertad de pensar y del derecho de los hombres a su propio juicio». Naturalmente, el estatismo sofoca las iniciativas personales y frus­ tra en la práctica el derecho de los hombres a profesar privada y personalmente sus convicciones. Mons. Herrera Oria encuentra difícil compaginar la enseñanza pontificia con el concepto de un director de periódico sometido al

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