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J. CALASANZ GOMEZ 363 Esta es, en síntesis, la postura de Mons. Angel Herrera respecto a la censura previa. Opina que una censura razonable es de todo punto necesaria. No obstante, alerta la conciencia de los legisla dores para que no se convierta en instrumento del poder que podría usar de ella arbitrariamente matando en su mismo origen la liber tad de prensa que es un postulado exigido por todas las sociedades libres. Las consignas La libertad de prensa se ve seriamente comprometida por el ré gimen de consignas. Es realmente el punto más «vulnerable» del discurso. Pues no se ve el modo de compaginar el obligatorio se guimiento de las consignas gubernamentales con el respeto a la conciencia personal o colectiva. El periodista es un profesional de la información veraz. Su puesto de vigía informativo le capacita para sorprender los hechos en su mismo manantial. Es, al mismo tiempo, un detector y proyector de la opinión pública. ¿Cómo se puede hacer compatible en la vida práctica una información ob je tiva con la sujección a una línea impuesta desde el poder? Además, el periodista ha de ser fiel a normas permanentes de ética, indepen dientes de la autoridad civil en gran número de casos. ¿Cómo pue de actuar sin trabas si ha de seguir las consignas dictadas por el Gobierno? En este caso conviene distinguir, desde el mismo um bral de la cuestión, la «docilidad» a las consignas — lo cual es inad misible, en principio— y el sometimiento a las leyes emanadas de la legítima autoridad que es justo. En el discurso de Barcelona, la consigna se justifica como «un derecho» que compete al Estado sobre el periódico y que ejerce a través del director. De este modo, periódico y director pasan a la categoría de instrumentos en manos del Estado que dicta e im pone estados de opinión. Hay una tergiversación de valores que deforma la mentalidad pública. Porque, en definitiva, el Gobierno es servidor del bie ncomún manifestado a través de los medios de difusión. Ni el Gobierno ni el periódico deben dirigir la opinión cuando ésta no brota espontáneamente del pueblo. De aquí el re paro serio a las consignas que — en la hipótesis de ser injustas, aunque no es éste el caso concreto, por el momento— crean situa ciones embarazosas de conciencia. Y es claro que si las consignas gubernamentales atentan contra la conciencia moral del director del periódico no hay obligación de seguirlas. La «docilidad» de marioneta con respecto a las consignas com
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