PS_NyG_1968v015n003p0339_0372

J. CALASANZ GOMEZ 361 ordenanzas. Y de este modo, la publicación de la vida pierde es­ pontaneidad y autenticidad filtrada por una infinidad de organis­ mos intermedios. Como se ve, hay que guardar el justo equilibrio entre dos ex­ tremos viciosos. De un lado, la libertad de prensa sin limitaciones conduce a un sentido liberal de la opinión pública. Es entonces cuando la autoridad pública debe frenar «los desmanes de la plu­ ma». Por otra parte, una intervención tan absorbente que cerrara el paso a la libre iniciativa profesional pasaría a ser un estatismo inmoderado o un dirigismo funesto. El problema es serio. Hasta el punto de que es realmente difícil acertar con la solución per­ fecta. El Obispo de Málaga cita el ejemplo de Inglaterra donde, a pesar de su sabiduría en derecho público, denuncia los desórdenes de la prensa que «según opinión general (es) caótico e intolerable». Partiendo de la dificultad de solucionar el problema con acierto, expone las líneas básicas y las ideas orientadoras para llegar a un régimen jurídico de la información aceptable. Lo primero que hay que poner en claro es el objeto o materia sometida a censura. Una determinación jurídica de este campo es necesaria si se quiere cor­ tar en su raíz todo confusionismo. Y aquí no basta suponer a priori una voluntad honorable. El campo es tan extenso y difuso que exige una reglamentación concreta para actuar con eficacia. Hay que or­ denar, además, el procedimiento de la censura en el plano de la práctica. Un análisis personal del problema puede derivar a con­ clusiones divergentes e incluso contradictorias. Por eso se exige una determinación legal que no dañe o perjudique notablemente a la industria periodística. Y, finalmente, es preciso contar con ga­ rantías contra el posible abuso de los censores. Es claro que una censura caprichosa o arbitraria echaría por tierra la opinión pú­ blica, amordazada y amenazada de asfixia. En el trasfondo de esta cuestión late siempre un problema de fondo. ¿Cómo conciliar la libertad con la autoridad? Desde luego, la autoridad no puede desentenderse de un tema que ejerce tanta influencia en la vida pública. La prensa es un arma de dos filos y no puede dejarse a merced de los periodistas sin criterio. La auto­ ridad tiene el compromiso de velar por el bien común y el abuso de la prensa es siempre nocivo o, cuando menos, sumamente pe­ ligroso. Por su parte, el periodista tiene que desenvolverse en un clima de libertad y gozar de la suficiente independencia para no sentirse coaccionado a servir intereses particulares. Y la experien­ cia demuestra que quien se siente ligado por esta clase de intereses tendrá que vencer las más halagüeñas tentaciones.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz