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358 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA máximo respeto al oponente. Es una tribuna donde todo se dice noblemente: se puntualiza en una crítica constructiva la virtualidad de las nuevas posturas y se expresan lealmente los reparos a que tal orientación pudiera prestarse. Se habla en voz de confidencia. Se descartan los viejos modos de la ofensa personal y de la ironía hiriente. En fin, un limpio ejemplo para el diálogo. Mons. Angel Herrera pone de relieve los valores del discurso del ministro: — El hecho de que un ministro acometa, de frente a la opinión pública, algún magno problema referente a su departamento le hace acreedor a la gratitud. — La invitación del ministro a una leal colaboración de la opi­ nión pública es un servicio prestado al país. (Este saber es­ cuchar lo que piensa el pueblo es una garantía de acierto ya que amplía los horizontes y libera a los responsables de dar una visión excesivamente acotada y parcial de los problemas). — La exposición libre de las propias ideas solidariza al pueblo con las tareas públicas. — El obispo de Málaga reconoce que el discurso del Sr. Minis­ tro ha sido muy pensado y que no es lego en doctrinas fun­ damentales. Reconoce, al mismo tiempo, que el ministro man­ tiene limpia la intención de acercarse al dechado propuesto. Intención limpia y recta que le ha hecho enfrentarse de cara al problema, sin esquivar tímida o cómodamente el cumpli­ miento de un arduo deber. — Ante la actitud «receptiva» del ministro, Mons. Angel Herrera invita a todos a la colaboración responsable, «más prontos a la crítica benévola y constructiva que a la censura amarga y desleal». Esta frase de! Obispo de Málaga es de un contenido experimental enorme. Sus años de oficio periodístico y su observación atenta de la vida nacional le colocan en una si­ tuación de privilegio para detectar las corrientes ideológicas y las servidumbres de partido que han frenado las iniciativas mejores por el simple hecho de no etiquetarse con banderi­ nes gremiales. La censura amarga y desleal justifica el pesi­ mismo de los que aconsejan ser cautísimos y sumamente par­ cos en la concesión de libertades públicas. Los profesionales del pesimismo ponen en guardia contra una libertad de la que se hace uso con miras inhonestas. Claro está que hay que correr el riesgo de la libertad porque, de otro modo, no

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