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340 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA metafísica de novísimo cuño es existencial en lógica sintonía con la vida y con la muerte, en cuanto destino concreto del hombre. En esta coyuntura vitalista, el hombre sale a la calle, vive en un constante desasosiego y en una búsqueda incesante de hechos. Y, ¿ qué es el periodista más que un explorador insaciable de hechos, de noticias, de personas? Si la vida moderna está montada de cara a una «progresiva publicación de la vida», el periodista se encuen­ tra en un auténtico ambiente, al pie mismo de las fuentes de la noticia. Se encuentra en su elemento ya que, por exigencias profe­ sionales, tiene que informar de lo que pasa en el mundo. El acon­ tecer diario, elaborado y valorado en conformidad con los cánones y normas de su profesión, tiene una dimensión pública que sería inhonesto hurtar a la sana curiosidad de la gente. Ortega se queja de que «la prensa se cree con derecho a publicar nuestra vida privada, a juzgarla, a sentenciarla». Evitando los ex­ cesos en que puede caer la prensa como todo quehacer humano, el servir al público es una ocupación digna del máximo respeto. Además que no está claro el límite de separación en una vida entre lo que podríamos llamar intimidad y lo que el público tiene derecho a saber de los individuos y de las comunidades. Hay valores en la existencia privada que están en función del pueblo y que el indi­ viduo no puede reservarse egoístamente por evitar las molestias que comporta de ordinario la prestación pública. La Iglesia ve con gusto la multiplicación de las relaciones de tipo asociativo. Y no se queda al margen en esta tendencia comu­ nitaria del actual momento histórico. En rigor, ya no se trata úni­ camente de la apertura de fronteras en el ámbito nacional. Merced a los modernos medios de difusión, la noticia recorre a velocidades vertiginosas todas las distancias del orbe. Los hombres se asocian en bloques económicos, políticos y culturales. La publicación de la vida, de las ideas y de los acontecimientos crea una mentalidad porosa, con una sensibilidad que capta los problemas internacio­ nales. La opinión pública juega, a la sola carta de la honradez y la buena voluntad, el porvenir del mundo. La Iglesia ha seguido, con vigilante y amoroso empeño, los pa­ sos que han llegado a configurar comunitariamente al hombre mo­ derno. La Iglesia tiene una dimensión histórica y se halla instalada en una geografía física y humana de realidades terrestres. Cada época eleva al primer plano de la vida social determinados valores culturales, religiosos, sociales y técnicos. Entonces, la Iglesia se responsabiliza y está atenta a lo que ha cuajado en una expresión que sintetiza la actualidad en imparable curso: «signos de los tiem­ pos».

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