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356 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA para comprobar por qué no se registran estados de opinión. Se de­ be, en rigor, a motivaciones de todo orden: sicológico, político, so­ cial, etc. Lo importante es destacar que, en cualquier caso, denuncian un vicio, una enfermedad y una dolencia de la sociedad. Vamos a dar algunas pistas: — La ausencia del pueblo —por desconocimiento, olvido o des­ precio— en el engranaje de la vida pública. — Las masas que, con su comportamiento gregario, obedecen a estímulos de tipo pasional y turbulento. — La culpable inhibición de hombres responsables y cualifica­ dos a la hora de captar la opinión pública y de difundirla mediante métodos modernos y eficaces. — Los grupos de presión que pasan de contrabando los intereses gremiales con etiquetas falsificadas. — Los aduladores de la masa que intentan imponer y presentar como opinión del pueblo lo que realmente no lo es. — Las gigantescas organizaciones de masas que ahogan a sangre fría la espontaneidad de la opinión pública. — Los medios de difusión que manipulan a su antojo las no­ ticias. — Los estados totalitarios que dirigen la opinión propia y boi­ cotean o prohíben la circulación de las opiniones ajenas. — Los profesionales del confusionismo que siembran la turba­ ción en la gente sencilla. — La prensa sensacionalista que deforma los hechos y lleva a un concepto deprimente de la sociedad. — El conformismo ciego y dócil. — La falta de hombres responsables que se solidaricen con el medio en que viven. — La carencia de solidaridad para empeñarse en un esfuerzo común a favor de la verdad, de la belleza y del bien. Son naturalmente pistas que explican por qué no existe una auténtica opinión pública. Y es noble denunciar con Pío XII que «eso que hoy se llama opinión pública muchas veces no es más que un nombre, un nombre vacío de sentido, algo como un ruido, una impresión ficticia y superficial, y no un eco despertado espontá­ neamente en la conciencia de la sociedad o dimanante de ella...».