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354 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA estilo que defienden sus ideas —peregrinas y pequeñitas a veces— con el insulto, el bofetón y la pedrada? Los grupos de presión — los que buscan sus intereses gremiales de espaldas al bien común— suelen ser guerrilleros vociferantes de la pedrada y el bofetón. Claro está que la opinión pública no puede dejarse a merced de estos mercenarios: no sería eco «natural» ni resonancia colectiva «espontánea» de los sucesos. Sería, por el con­ trario, una imposición foránea. En el fondo, un dirigismo descarado. El P. Häring denuncia valientemente los riesgos de esta postura egoísta: "La tiranía y la oligarquía, la dictadura y los partidos que dominan por la violencia sólo permiten que se propaguen aquellas opiniones que favorecen, sus intereses. No hay enton­ ces ni nobleza en la lucha m solidaridad. Ni es raro que la opinión pública se vea entorpecida por el orgullo de una casta que domina sutilmente y que cree que sólo ella puede juzgar rectamente. Se da también el caso de que los demagogos, que adulan a la masa de aquellos que han abdicado a la facultad de pensar, presenten como opinión de la masa lo que a ellos les interesa”. El acontecer diario — la noticia humana— se proyecta en la vida del pueblo. Y esta vida es un manantial abundante de nuevas no­ ticias. Existe una interacción entre el pueblo y los hechos que, en original onda expansiva, determina, alarga y profundiza los diversos estados de opinión. El periodista que vive inmerso en lo popular enristra su pluma y escribe la crónica de lo que ve de un modo objetivo y neutral. Su misión de cronista le lleva al campo de los sucesos para relatarlos tal como brotan en el ambiente. Enseguida se nota que para relatar con fidelidad no basta con servir los he­ chos. Hay que ahondar en las causas que los produjeron y apuntar su verdadero contenido humano. Y ésta sí que es una tarea com ­ prometida, ya que es muy fácil que se cuelen de rondón criterios subjetivos tanto en el enfoque como en la calificación de lo que pasa. De este modo, se ofrece el eco y la resonancia de la propia voz cuando lo que en realidad interesa es el eco y la resonancia de la voz del pueblo. Cuando se toma como punto de partida una visión excesivamente personalista de las cosas, se compromete la opinión popular en función de intereses particulares. Por eso hay que revisar expresiones tan equívocas como «lo dice todo el mundo», «es lo que piensa el hombre de la calle», «lo quiere el pueblo», «es lo que exige la gente». Estas y parecidas formas de expresión deben

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