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J. CALASANZ GOMEZ 353 empezando desde abajo para sorprender al pueblo tal como es. Y esta mezcla con el pueblo, que no es mera yuxtaposición sino com­ prensión amorosa, es el punto de partida de un conocimiento in­ terior más auténtico y más fecundo. La definición descriptiva que da el Papa de la opinión pública incide en el valor del pueblo como sujeto: "En fin de cuentas ella es, en todas partes, el eco natural, la resonancia colectiva más o menos espontánea de los sucesos y de las situaciones del momento en lo que respecta a su es­ píritu y a su capacidad de juzgar las cosas". El hombre de la calle es eminentemente pragmático. El «sancho- pancismo» con su filosofía horizontal de buena mesa, buen vino, vida confortable y triunfos de la baraja en la mano está enraizado poderosamente en la vida de hoy. El pueblo quiere hechos, realiza­ ciones concretas, noticias vivas. Exactamente, lo que le mete por los ojos el periódico cada mañana. Lo que le suministran en exce­ sivas dosis la radio y la televisión. Pero, ¿es eso lo que realmente necesita? Ante la avalancha de sucesos diarios, distribuidos por las agencias, el hombre de la calle se va materializando progresivamen­ te. Lo que cuenta, en definitiva, es vivir bien, tener más dinero y más cosas: nevera, lavadora, detergentes, televisor. En otro orden de cosas, la información está mediatizada por las grandes agencias internacionales que presentan los hechos parcialmente. La noticia se selecciona partiendo de prejuicios nacionalistas. Todo esto crea una confusión enorme en el pueblo que no tiene capacidad para enjuiciar rectamente los acontecimientos. Confusionismo que no se limita al campo político o económico sino que turba la conciencia religiosa de las gentes. De nuevo, urge la presencia de los hombres conscientes y res­ ponsables en la vida pública para dar una noticia imparcial de los acontecimientos y para emitir un juicio de valor glosando los mis­ mos. Y aquí sí que es delicada la tarea de los responsables de ver­ dad para que no campeen por su respeto los intolerantes y los lo­ greros. La intolerancia reviste los más originales matices. Existe, por ejemplo, el «integrista» intolerante que considera intangible la tradición popular, política, familiar, religiosa. Ya hemos afirmado que tal actitud es regresiva. Pero lo curioso es enfrentarse a la in­ tolerancia más cerril bajo capa de progresismo democrático. Esto es inconcebible, original y absurdo. Sin embargo, también se da. ¿Quién no se ha encontrado en el camino con demócratas de este

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