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3 4 8 LA OPINION PUBLICA EN LA IGLESIA integrada y constituida por bloques de naciones que se basan en un puñado de ideas madres comunes. Y esto sucede en política, en eco­ nomía, en investigación e, incluso, en religión. La integración — con sus enormes ventajas y con sus inevitables riesgos— es el signo más uniforme de la sociedad contemporánea. Estos hechos orientan a la opinión pública en cuanto que «recaen luego sobre los hombres, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es esto así, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que re­ dunda también sobre la vida religiosa». Es admitir la implicación obligada de estos cambios en la opinión religiosa. ( Gaudium et spes, Introd. 4). ...«Patrimonio de toda sociedad normal, compuesta de hombres que conscientes de su conducta personal y social...». Esta tarea, tan delicada por su complejidad, de crear la opinión pública o de servirla, se encomienda a personal disciplinado, cons­ ciente y responsable. No se puede dejar a merced de improvisacio­ nes ni de personas o grupos que retuerzan los hechos con interpre­ taciones partidistas. Los grupos de presión quedan excluidos de esta tarea por exigencias de objetividad y de ética. Como buscan apasionadamente sus puntos de vista y los intereses particulares, deforman la opinión pública que debe estar al servicio del bien común. La conciencia —o mejor aún, la consciencia— obliga a los hom­ bres responsables a comprometerse, ya que todo hombre es un ciu­ dadano con capacidad de servir al pueblo. Desde este punto de vista, la inhibición supone una actitud pasiva, y el ciudadano tiene que realizar un servicio positivo en favor de la opinión. El llevar una conducta personal intachable no es suficiente ya que el ciudadano vive-en-para la sociedad. Este horizonte de convivencia obliga a la­ borar por unas estructuras más justas. Y concretamente en este momento, el dinamismo de la historia no se conjuga honestamente con la pasividad. Los que gozan de influencia por su condición so­ cial o por su preparación humana y técnica están comprometidos y responsabilizados ante el pueblo porque son los llamados a for­ marlo. Para esto hay que presentar la verdad, la belleza, el bien con una figura amable, limpia y seria. Tal como son en la creación primera de Dios. Entre hombres — cuando entran por medio los intereses clasistas o las sórdidas ambiciones de grupo— se suele adornar la mentira que no deja de ser por ello una deformación de la verdad. En lugar de servir honradamente a la Verdad, se hace propaganda de pequeñas verdades, de relativas verdades, de opi

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