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L a o p i n i ó n p ú b l i c a e n la I g l es ia I. LA OPINION PUBLICA En un primoroso y agudo ensayo de EL ESPECTADOR — «So­ cialización del hombre»— puntualiza Ortega y Gasset las caracterís­ ticas del hombre moderno en torno al fenómeno de la vida pública. La existencia privada va dejando paulatinamente su sitial de honor a las relaciones sociales. Asistimos a una «progresiva publicación de la vida». De momento, lo importante es dar constancia del hecho sin aportar juicios de valor. La vida privada, con su configuración de enclaustramiento, pierde sus posiciones. Ya no queda lugar para la intimidad, para el recogimiento, para lo que quedó canonizado en versos clásicos como «soledad sonora». La familia vivía al amor de la lumbre y congregaba puntualmente a sus miembros. El hogar era punto de partida y meta de cada jornada. Las cosas han cam­ biado. Hoy, la familia ha dejado de ser centro de gravedad por exi­ gencias varias: las relaciones sociales, el trabajo que busca hasta la mano de obra femenina en jornadas intensivas de fábrica. Como se ve, los cambios atacan de raíz a las viejas estructuras. Esta invasión de lo colectivo ha creado, junto con una mentali­ dad comunitaria y corporativa, las más diversas formas de asocia­ ción y de vida pública. Creo que Ortega perdió un poco la puntería de sus reflexiones al calificar lo colectivo como una divinidad «abs­ tracta». Lo colectivo se va ramificando hasta el infinito pero en modo alguno puede calificarse como abstracción. El hombre mo­ derno es eminentemente pragmático y no se fía de las abstraccio­ nes. Exige hechos concretos, realidades tangibles, experiencias vivas. ¿Qué es la misma técnica sino una exigencia de concretez? La meta­ física clásica enfocaba su proyector a las esencias. Hoy, la misma

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