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326 ESTADO ACTUAL DE LA SOCIOLOGIA RURAL que el sector industrial ha logrado substraerse a sus exigencias en gran medida. El agricultor se enfrenta con riesgos más numerosos y menos previsibles que el industrial. La producción industrial se ajusta más a los planes económicos, porque se conocen mejor las posibles combinaciones de los medios productivos, conforme a metas pro puestas. Los riesgos de la comercialización pueden considerarse, en general, menores en número y menos inmediatos. Tanto por razón de los mercados, como por razón de los canales de comer cialización pueden ser contrarrestados más fácilmente en el sector industrial. Baste recordar que los bienes agrícolas son bienes pere cederos, de demanda poco flexible en cuanto al aumento de la misma, pero muy sensibles a las crisis económicas, sobre todo aquellos productos frutícolas de exportación. Los precios pueden variar por la misma irregularidad de la oferta. Los riesgos de con servación, transporte y almacenamiento, por lo que se refiere a la comercialización, y los riesgos consiguientes a las condiciones at mosféricas superan los del sector industrial. La oferta del sector agrí cola es bastante inflexible, lo que dificulta la planificación econó mica. Todos estos inconvenientes hacen que el agricultor desarrolle un sentimiento fatalista, menos propicio a la racionalización eco nómica y muy inseguro frente al futuro. Al contrario, el empresario industrial maneja variables menos influenciables por los agen tes atmosféricos, es más optimista y más acomodaticio a las exi gencias del mercado. La actividad laboral, en la ciudad, se caracteriza por la división del trabajo, por la especialización, que exige cada vez menos y cada vez más del trabajador. Solamente emplea intensamente algu na facultad de los individuos en un trabajo monótono, con ritmo diferente de los procesos de la naturaleza y, a veces, con indepen dencia del calendario. El agricultor apenas si conoce la especiali zación. Cuando ésta existe, es relativamente más generalizada que la especialización industrial. Sus conocimientos de la naturaleza, su poca inclinación al pragmatismo, su amor a las tradiciones y la seguridad, le distinguen netamente del asalariado deshumani zado, impersonal y casi autómata de la fábrica. El hombre de ciu dad es menos universal, con una cultura aprendida en los libros, con un aprecio romántico de la naturaleza y con un afán pragma tista de innovación. Sus relaciones sociales vienen marcadas por los grupos de intereses, son amistades institucionalizadas, en con traposición a las relaciones sociales primarias del ambiente rural. Frente al sentido tradicional del campesino, el hombre de ciudad se apoya en una opinión pública democrática. Como consecuencia
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