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1 9 b E L M A R C O H IS T O R IC O D E L A T E O L O G IA D E A R IS T O T E L E S Platón en la Apología presenta a Sócrates quejándose de que Meleto le incluya entre los hombres para quienes ni el sol ni lo luna son d io se s81; por otra parte, atribuye Platón en el Cratilo a los más antiguos griegos la divinización del sol, la luna, la tierra, los astros y el cielo, y piensa que la misma palabra «théos» podría tener su origen en el verbo «thein» del correr de los astros, los primeros d io se s82. En efecto, según los poetas, Océano, Tierra, Cielo, Helios, Selene, son dioses. Pero tiene muy poco que ver la posterior teología astral con estas divinidades. «Los que hablaron dando razones de lo que decían», del mismo modo que elaboraron el concepto especulativo de lo divino, trata­ ron de buscar una explicación racional a los fenómenos celestes aventurando diversas hipótesis y opiniones sobre la naturaleza de los astros: Tales predijo un ec lip se83, seguramente basado en la experiencia de los caldeos sobre los astros; Anaximandro opina que los astros son cilindros de aire que contienen fuego cósmico; a través de ciertos orificios en los cilindros, se deja ver aquel fuego M; Anaximenes, que por rarefacción y condensación hacía pro­ ceder todo del aire, parece que pensó que el sol es tierra (aire con- densado), incandescente a causa de la rapidez del movimiento a que está sometido. De este modo, los primeros filósofos jónicos contem­ plan los astros desde una perspectiva radicalmente distinta de la perspectiva mítica: en el problema del origen y orden del mundo partieron del supuesto de los poetas, el origen del mundo sería algo divino, y sobre esta base rechazaron los dioses antropomorfos; de los astros, en cambio, no dicen los filósofos jónicos que sean divinos; los tratan como fenómenos naturales, objeto de lo que más adelante sería ciencia. Y ésta es la postura que domina entre los hombres cultos en Atenas hasta la madurez de Platón; prueba de ello son los dos textos de Platón antes citados, el motivo que se buscó para acusar de impiedad a Anaxágoras, algunos pasajes de «Las Nubes» de Aristófanes, etc. En la Magna Grecia, entre tanto, se habló de los astros en tér­ minos distintos; ni se los consideró dioses en sentido mítico, ni se los estudió como fenómenos naturales simplemente. En algunos de los pocos fragmentos que nos han llegado de los primeros pita­ góricos, aparecen tratados los astros como despliegue del concep­ 81. A p o lo g . 26 d . 82. C r a tilo 397 c -d . C f. id . 410 b y A ristóteles , D e c á e lo , I , 3, 270 b 20-25. 83. T ales A 5. 84. A n axim an d ro , A 10, 18, 21, 22.

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