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J . M .!‘ L A S O G O N Z A L E Z l ‘ )5 a sí mismas de Platón. Y entonces, al determinar la naturaleza de lo divino, que por tradición había de ser algo separado de todo y a la vez principio del devenir y del orden, se encuentra Aristóteles con la misma pregunta que había hecho él a Platón: ¿cómo mueve? Y es otro de los atributos tradicionales de lo divino el que le sirve para salvar el problema: puesto que es lo mejor, mueve como co nocido y deseado, mueve como causa final objetiva. Hay extremos que deja sin explicar esta solución: Si las formas son fin y cada ser busca su autorrealización por imperativo de su propia forma, ¿cómo es causa final aquel ser óptimo separado y autosuficiente? ¿en cuanto paradigma?; ¿quién lo conoce?; ¿los astros, las esferas, los motores de las esferas?; ¿y por qué no todas las cosas, si todas tienden a persistir en el ser cuanto les permite su naturaleza? ¿Y cómo, en cuanto fin, podrá causar únicamente un movimiento, el más mecánico y sordo, el de lugar en círculo? Como dice P. Aubenque80, la teología de Metaphys. XII y el Dios pensamiento de pensamiento que mueve como causa final, es una solución «residual»; pero lo es, considerada no únicamente en el marco del Corpus Arisíotelicum , sino considerada en todo el pano rama de la teología especulativa que elaboraron los pensadores griegos. Es la cumbre insuperable, la «clave de bóveda», de la re flexión racional de los griegos en el análisis de lo divino; y es una solución despegada de la concepción del mundo que el Corpus Aris íotelicum ofrece, en la que la eternidad de la materia y las formas, y sus funciones ontológicas y cosmológicas rinden cuentas de la realidad con la sola ayuda de una fuerza mecánica que mueva por su parte el primer movimiento, el de los astros. b) Aristóteles, a pesar de sus principios, no podía sustraerse al tema de lo divino con las notas con que lo había definido, no este o el otro pensador, sino la tradición especulativa; Aristóteles no podía sustraerse a este tema porque constituía una especie de pro fesión filosófica y raigambre de clase. De modo semejante, tampoco podía no dejar huella en la obra de Aristóteles otro asunto que fue acogido, en la Academia primero, y, luego, en el Peripato, como novedad cultural: el estudio de los astros. Durante el siglo iv antes de. Cristo, lo que en siglos anteriores fue opinión sobre la natu raleza y movimiento de los astros, misticismo astral y astrología, pretende convertirse en astronomía, teología astral y filosofía de la naturaleza del «cosmos». 80. P. A u b en q u e, Le problème de l’être chez Aristote. P a ris 1962, p . 365.
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