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J . M .a L A S O G O N Z A L E Z 193 pero, puesta la gran máquina en marcha, el «nous», según Anaxá- goras, se separó de todo lo que comenzó a moverse, y ya todo en el cosmos sucede mecánicamente69. Diógenes de Apolonia hizo del espíritu una realidad que, como el aire, penetra todas las cosas conformándolas del mejor modo. Este filósofo y médico debió de ser la fuente en que se inspira Jenofonte cuando hace demostrar a Sócrates la existencia de una providencia divina que intenta el bien en toda la naturaleza70. Sobre esta base, la postura antropocéntrica de Sócrates tuvo que determinar el sentido de todas las cosas hacia el bien como fin y como principio de actividad: las inquietudes de Sócrates se centraron seguramente en la búsqueda del bien real último a que se dirige el hombre sabio, el hombre que distingue ese bien de los bienes aparentes. Pero esta búsqueda tenía que ser ampliada a toda la naturaleza por Platón, del mismo modo que, según dice Aristó teles 71, Platón amplió a toda la naturaleza la búsqueda de defini ciones que Sócrates centró sólo en las virtudes. Desde Sócrates, pues, y con base en la «diacósmesis» anaxagórica y en la visión del bien inmanente de Diógenes, era necesario tener presente que el bien es un principio, y que el bien en sí había de atribuirse a lo divino; había, además, el precedente de Empédocles, para quien la «philía» es un princip io72. Toda esta configuración de lo divino que la especulación griega lleva a cabo en común y que cada filósofo encarna en su sistema y en su forma de expresión particular, aparece en Platón formali zada por su teoría de las ideas y dualidad del «cosmos noetós» y «topos horatós»: son las ideas lo divino no engendrado e inco rruptible73 cuyo fundamento entitativo último («anypótheton») es la idea del bien, el Bien en s í 74; el principio del mundo y de su orden es una inteligencia divina que actúa teniendo como paradig ma a las ideas y como causa final al bien en s í 75; y, si el mundo continúa existiendo y sigue ordenado, esto se debe al alma del mundo y al alma del hombre que viven en comunidad con las ideas y que están constituidas en parte por lo indivisible y lo idéntico a sí mismo. De este modo el «nous», no mezclado con las cosas, 69. A n axago ras , B 12, 13, 16, 17, e tc . 70. J enofonte , Mein. I, 4, 5 y s s .; IV, 3. .D iógenes B, 5, 3. C f. YV. J aegiir , L a t e o lo g ía de los primeros filósofos griegos, M é x ic o 1952, 164-171. 71. Metaphys. I, 6 , 987 b 1-7. 72. C f. Metaphys. XIV, 4, 1091 b 11-12. 73. Phaedo, 78 d - 84 d . 74. Phaedo, 101 c ; Rep. 510 b y ss.; Filebo, 20 c ; 60 b y ss.; e tc . 75. Timeo, 29 a y ss.
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