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G . Z A M O R A - G . D E S O T IE L L Ò 115 Ese ser trascendental «se encarna» en todos los entes de un modo unívoco, pues todos implican un «quid sit» y un «an sit». ¿Es tarea de la analogía determinar la realización concreta de las diversas formas que convienen en el concepto unívoco de ser? Así afirman cuantos intérpretes consideran ana­ logía y univocidad pareja complementaria. Además de los trascendentales propiamente dichos (ser, unidad, verdad, bondad) importan las oposiciones trascendentales disyuntivas (infinitud y finitud, necesidad y contingencia, realidad y posibilidad, etc.), y las perfecciones simples (voluntad, inteligen­ cia...). La ciencia que lo estudia es la metafísica: «Necesse est esse aliquam scien- tiam universalem, quae per se considerat illa transcendentia, et hanc scien- tiam vocamus metaphysicam» (Metaph. Pról. n. 5; Vivès VII, 5."). El ente real existente es síntesis de hecceidad y naturaleza común o «ge­ neralidad». El estatuto de ese nuevo binomio ontològico no es el mismo, pues la hecceidad es el verdadero portador de la generalidad, por su conexión con la sustancia. Por tal motivo corresponde a la individualidad un rango onto­ lògico superior al de los géneros y especies. 2. EL TEMA DEL HOMBRE Psicología, gnoseologia y ética son los aspectos principales de la antro­ pología escotista. El hombre es unidad personal compuesta de alma y cuerpo. Este posee, gracias a su propia forma de corporeidad, su ser específico, que lo eleva por encima de la pura materia prima. Entre el alma y sus potencias, como a su vez entre éstas mismas, se da distinción meramente formal. La actividad del entendimiento pertenece al orden de lo natural y necesario, la de la voluntad se inscribe, por su capacidad de autodominio, más honda­ mente en lo estrictamente espiritual. La voluntad es, si no causa total, cier­ tamente causa principal de sus decisiones. El alma, que sabemos inmortal de hecho por la fe, no muestra a la razón una base apodíctica para probar esa inmortalidad: ésta aparece como posible y probable, pero no como rigu­ rosamente necesaria ni intrínseca ni extrínsecamente, pues sólo Dios es abso­ lutamente necesario y el alma ha sido creada y es conservada por El contin­ gentemente. En cuanto al conocimiento humano, rechaza Escoto la iluminación. Objeto natural del entendimiento es el ser; objeto «histórico», la esencia de lo sen­ sible. Objeto y sujeto colaboran esencial, pero diversamente en el conocer: aquél, como causa inferior e instrumental; éste, como causa superior y prin­ cipal. ¿ Deberá hablarse, pues, de algún innatismo, dado ese carácter activista del sujeto cognoscente que sobredora al objeto de una «vestidura de inteli­ gibilidad»? Bettoni, en la obra reseñada (cf. n. 21), lo llama innatismo virtual. Desde el ángulo lógico-criteriológico interesa recordar un dinamismo si­ milar por parte del conocimiento mismo: nuestros conceptos son ya, vi no- minis, algo activo, como lo es la función biológica de «concebir». De ahí que entre el contenido objetivo de nuestro conocimiento y el objeto repre­ sentado no se dé ni completa igualdad ni diversidad, sino asimilación inten­ cional, dinámica. Hay, además, conocimiento científico no sólo sobre lo nece­ sario y extrasubjetivo (Aristóteles), sino también sobre la propia experiencia

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