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3 8 0 L O S M E D IO S D E C O M U N IC A C IO N S O C IA L les católicos laicos estaban esperando una invitación a colaborar en la elaboración del documento. Invitación que no llegó. Hecho insólito, dada la apertura del Concilio que contó con la eficaz ayuda de consultores y observadores laicos en el estudio de otros esque­ mas. Los laicos están mejor capacitados en general que los ecle­ siásticos en este aspecto concreto de la difusión. ¿Por qué no se invitó a los laicos que hubieran aportado su experiencia, sus inicia­ tivas, su conocimiento del mundo y de las técnicas difusivas más avanzadas? ¿Por qué no se confió la redacción definitiva a un equi­ po mixto de eclesiásticos y laicos dedicados profesionalmente a la prensa, a la radio, al cine y a la televisión? Por supuesto, la pre­ sencia de los laicos hubiera obligado a una revisión del fondo del decreto. La experiencia demuestra que los esquemas más discutidos se han traducido en documentos más perfectos. Si comparamos el Decreto con la literatura pontificia anterior sobre la difusión, nos encontramos con una sorpresa desagradable. Y es que los textos pontificios son, con frecuencia, mucho más densos, mucho más precisos y concretos, más realistas. La con­ clusión se impone: ha habido un estancamiento y, en muchos casos, un verdadero estado de retroceso. En el mejor de los casos el Con­ cilio se ha limitado a repetir literalmente, método sumamente frágil en una época de revisionismo como la nuestra. Lealmente, no se nota un progreso estimable en el tratamiento de temas que, como la libertad, la opinión pública, el ordenamiento jurídico de la pren­ sa y otros, tenían pendiente a la opinión mundial. En el capítulo de logros positivos es noble dar relieve al hecho de que la Iglesia haya tomado conciencia de la difusión como pro­ blema social. Es sintomático que la masa mantenga en tensión el interés de la Iglesia en el mundo moderno. Desde ahora, junto a los temas venerados de la más limpia y ortodoxa tradición con­ ciliar, hay que contar con una problemática en apariencia más «profana», pero íntimamente conexionada con los valores del es­ píritu. Por primera vez en la historia, un Concilio no se dedica exclusivamente ni en primer plano a definir dogmas ni a promulgar decretos condenatorios, sino que se dirige al hombre de la calle y le habla en su mismo lenguaje. Varios documentos de este Con­ cilio —y de un modo expreso el «Decreto sobre los medios de co­ municación social»— dejan constancia de este hecho. El camino queda abierto. Lo que se necesita ahora es el testi­ monio de los profesionales en ese campo tan sugestivo y tan com­ plejo a la vez de la difusión. Y un «Breviario de los medios de comunicación social», inspirado en la visión cristiana de la vida.

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