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J . C A L A S A N Z G O M E Z 3 7 9 Dentro del aula conciliar surgen críticos del documento sobre los medios de difusión. Las sesiones dedicadas a los medios de comunicación social llevaban un ritmo vertiginoso, perjudicial para una elaboración ponderada y puesta al día del decreto. Hasta el punto de que algunos padres han manifestado el temor de que el Concilio «no dé el suficiente relieve a este tema, que constituye una cuestión vital para todas las formas del apostolado moderno». Los periodistas achacan el fracaso relativo del documento a la prisa y a la falta de especialización de los redactores. Mientras que los demás esquemas tenían que pasar por la criba de profesionales, teólogos y peritos, éste fue elaborado con mejor voluntad que acier­ to. En general, no se hizo otra cosa que espigar en los documentos anteriores, particularmente en textos de Pío XII y Juan XXIII, sin un estudio profundo de la realidad contemporánea de la difu­ sión. Sinceramente, los críticos especializados piensan que se exi­ gía una revisión más a fondo y no una simple reelaboración de la forma. Al «Decreto sobre los medios de comunicación social» le faltó la discusión y le perjudicó en gran manera la falta de oposición. En dos sesiones generales —la 25 y la 26— fue probado, aunque la votación indica que un sector del Concilio, y ya hemos advertido que era el más capacitado para dar su opinión sobre el tema, negó su asentimiento. Este hecho plantea un problema de cierta gra­ vedad, ya que lo importante en el fondo no es el número sino la calidad. No obstante, como el Concilio eligió el sistema de votos, la inferioridad numérica de la oposición no pudo impedir la pro­ mulgación del decreto que, a todas luces, es prematuro, inorgánico y estructuralmente muy imperfecto. A raíz de la aprobación del documento sobre los medios difu­ sivos se empezó a discutir sobre la oportunidad de una presencia tan poco prestigiosa. El mundo no se fija en las dificultades inter­ nas que la Iglesia ha tenido que pasar para ofrecer este documento. El mundo de la difusión se atiene a las pruebas concretas. Y real­ mente el Decreto no puede presentarse como fruto maduro, ni siquiera como una colaboración valiosa ya que, en muchos puntos, está totalmente desfasado. Sólo cabe alegar la disculpa del teólogo americano P. W e ig e r cuando sugiere que, aún después de la apro­ bación conciliar, el documento es progresivo y susceptible de en­ miendas. Pero, en tal caso, ¿no hubiera sido preferible someterlo al juicio de los expertos, discutirlo, elaborarlo en equipo antes de la promulgación definitiva? En mi modesta opinión, la razón fundamental que explica la pobreza del «Decreto» es la falta de especialistas. Los profesiona

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