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J . C A L A S A N Z G O M E Z 3 7 7 La Iglesia cuenta con la aportación particularmente valiosa de los periodistas en la hora de instaurar el orden nuevo. En rigor, los periodistas son los profesionales de la opinión pública, cuya misión es informar rectamente y formar con criterios justos la conciencia pública. Si se asocian profesionalmente —y este es el consejo del «Decreto»— pueden realizar una auténtica vocación cristiana, humana y apostólica. Esta invitación es honrosa, pero entraña la más seria y noble de las responsabilidades. VALORACION Y CRITICA DEL "DECRETO” Para emitir un juicio objetivo sobre el «Decreto sobre los Me­ dios de Comunicación Social» hay que distinguir entre el contenido y la virtualidad del mismo. No cabe duda —en ello están de acuerdo todos los cronistas y técnicos— de que el «Decreto» es pobre. El esquema previo contenía potencialmente todos los elementos re­ queridos para cuajar en un documento moderno, dentro de una línea bastante exigente. Las revisiones de última hora le quitaron valentía, mordiente y novedad. Cierto que un decreto no puede perderse en reflexiones eruditas y filosóficas sobre la difusión. En este sentido se imponía una poda de todo lo superfluo. Tratándose de un documento pastoral, sobraban las apuntaciones sobre aspec­ tos excesivamente abstractos. Pero la poda fue tan mal hecha que privó al esquema de originalidad, de convicción y de «testimonio». El reparo de más bulto no se refiere al contenido, a lo que en realidad se dice. Lo malo del esquema es que pasa por alto la problemática existencial más profunda de la difusión. De este modo los votantes tienen que admitir lo que el decreto dice de bueno y, por lo tanto, de admisible. Entonces, ¿cómo se explica el des­ contento de última hora, traducido en un notable aumento de los votos nulos? El voto en blanco no se puede estimar como condena en bloque del decreto, pero tampoco como aceptación global del mismo. La historia interior del Concilio nos proporciona los datos de solución. La presentación del esquema había hecho concebir gran­ des esperanzas. Reinaba un clima de optimismo en los observado­ res. Y, de pronto, se da la voz de alarma: el decreto va a seguir el camino fácil de los enunciados genéricos, de la supresión de los puntos discutibles, de la mediocridad, en una palabra. En el fondo, el esquema que se presta a una presentación más polémica, más brillante y más sugestiva queda-ctinVertidó én; ‘tíh: decreto'-a-nódiríó

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