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GERARDO ALONSO D E F I L I E L 341 h e rm andad 1S. Cada uno, sin excepción, debe con side rar al p ró jim o como «otro yo», cuidando , en p rim e r lugar, de su vida y de los medios necesarios p a ra vivirla dignamente, no sea que im itemos a aquel rico que se despreocupó comp letam en te del pob re Lázaro 19. La igualdad fundam en ta l e n tre todos los hom bres estriba en esto: En que han sido do tados de la m isma natu raleza, tienen el m ismo origen y el m ismo fin o destino. Aunque no todos los hom ­ b res seamos iguales en cualidades físicas, in telectuales y morales, en los derechos fundam en tales de la persona no puede darse dis­ crim inación , po rque sería con tra ria al p lan divino. Y es cierto que estos derechos fundam en tales no están suficientemente pro teg idos en todas pa rte s. Pero la d ignidad de la pe rsona exige una situación social más hum ana y ju sta . Las excesivas desigualdades económicas y sociales en tre los m iembros o pueblos de una m isma fam ilia hum an a son escandalosas, con tra ria s a la ju stic ia social, a la equ i­ dad, a la d ignidad de la persona hum ana y a la paz social e in te r­ nacional 20. Hay cosas que lim itan o am ino ran la libe rtad y la responsab i­ lidad hum anas, v. gr., la ex trem a necesidad, la incomunicación, la fa lta de educación y de cu ltu ra en que se ven envueltos hom bres y naciones en te ras 21. El Evangelio de Jesuc risto rechaza todas las esclavitudes del hom b re, y, m ejo r que cua lqu ier ley hum ana, ga­ ran tiza la dignidad personal y la libe rtad 22. En consecuencia, p a ra satisfacer las exigencias de la ju stic ia y de la equidad, hay que rea liza r todos los esfuerzos posibles a fin de que, den tro del respe to a los derechos de las personas y a las c a rac te rísticas de cada pueblo, desaparezcan cuan to an tes las eno r­ mes diferencias económ icas que existen hoy 23. Dios ha destinado la tie rra y cuan to ella contiene p a ra uso de los hom b res y pueblos. Y, así, los bienes creados deben llegar a todos en fo rm a equ itativa, b a jo la égida de la ju stic ia y en compañ ía de la caridad . Jam ás debe perderse de vista este destino un iversal de los bienes 2i. Así condena el Vaticano II la in ju stic ia de las desigualdades del mundo. Pablo VI, siguiendo la trayecto ria del Concilio, aplica, sin más, las m ismas calificaciones a estas desigualdades, y las condena enér- 18. Ibidem, n. 24. 19. Ibidem, n. 27. 20. Ibidem, n. 29. 2 1. Ibidem, n. 31. 22. Ibidem, n. 41. 23. Ibidem, n. 66. 24. Ibidem, n. 69.

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