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necesario p a ra llenar la capacidad perfectib le del hom bre, éste debe tamb ién cond icionarse a las exigencias n a tu ra le s de la sociedad, siempre —ya se en tiende— que esto no signifique menoscabo p a ra él. El hom b re es p a ra la sociedad, y la sociedad p a ra el hom b re 13. Desde el momen to en que se afirm a: la persona es su jeto , fin y fundam en to de la sociedad, se garan tiza y salva la dignidad de la persona hum ana, dignidad sagrada, en sen tir de los Papas. Desde que se establece que la sociedad, en definitiva, es medio n a tu ra l y necesario p a ra el desarro llo pleno del hombre, pero so lam en te me­ dio, no fin, puede lógicamente a firm a rse como consecuencia: «El o rden social y todo su progresivo desarro llo deben, en todo momen­ to, subo rd ina rse al bien de la persona, ya que el o rden real debe someterse al o rden personal, y no al con tra rio» 14. El hombre, su jeto , fin y fundam en to de la sociedad, debe ser tu te lado po r ella como algo sagrado. Toda teo ría político-social que destruya la pe rsona hum ana o alguno de sus valores esenciales, desmorona los fundam en tos de la verdadera sociedad, y es a n ti­ social. Ahora bien. Po r ser el hom b re fin de la sociedad, excede el ám b ito de la m isma. La sociedad debe re sp e ta r este valor del hom b re, con todas las posibles consecuencias. Y, en ú ltim o té r­ m ino, estas afirmaciones estriban en esta o tra verdad: El hom b re se debe to ta lm en te a Dios, como a p rincip io y fin 15. Y e sta realidad o relación ob jetiva trasciende toda a rb itra ried ad , toda vo lun tad hum ana, y toda institución hum ana debe reconocerla, resp e ta rla y, en alguna medida, favorecerla. Si la sociedad hum ana p rescin­ d iera to ta lm en te de Dios, se volvería inhum ana, y no pod ría perfec­ c iona r al hom b re I6. A la luz de esta doc trina brevemente expuesta, aparece claro que todos los hom b res tenemos los m ismos derechos fundam en ta ­ les, el m ismo principio, la m isma natu raleza, el m ismo destino. Todos somos llamados en igualdad de condiciones a la vida social. Por eso, desigualdades tan p ronunciadas en tre los hom b res o en tre los pueblos son in justas. Veamos cómo las condena el Vaticano II. El Concilio hab ía a firm ado tamb ién la existencia de estas des­ igualdades 17, y razona po r qué no deben to lerarse. Ha sido volun­ tad de Dios que todos los hombres, creados po r El p a ra fo rm a r una sola fam ilia y destinados al m ismo fin, vivan en esp íritu de 3 4 0 S E N T ID O S O C IA L D E LA "PO P U LO R UM P R O G R E S S IO " 13. So n prin cip ios de la doctrin a c ristian a sobre la vid a social. 14. Gaudium et Spes, n. 26. 15. Ibidem, n. 29. 16. P. Progressio, n. 42. 17. Gaudium et Spes, n. 66.

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