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3 5 2 S E N T ID O S O C IA L D E LA ’ ’PO PU LO RUM P R O G R E S S IO ” une a todos los seres humanos y los hace como miembros de una sola familia, impone a las comunidades políticas que disponen de medios de subsistencia con exuberancia, el deber de no permane­ cer indiferentes frente a las comunidades políticas cuyos miembros luchan contra las dificultades de la indigencia, de la miseria y del hambre, y no gozan de los derechos elementales de la persona humana... Razones de justicia y de humanidad piden que las na­ ciones de excesiva producción vengan a socorrer a las que, en gran­ des sectores populares, luchan contra la miseria y el hambre 55. Fue el Vaticano II el que enunció con toda firmeza: «Los pue­ blos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de desarrollo... Por lo cual, han de someterse a las reformas psicológicas y materiales que se requieren para crear esta cooperación internacional» S6. Es Pablo VI quien transmite al mundo entero esta herencia del Concilio con la misma afirmación, que causará extrañeza a indi­ viduos y pueblos enteros, y revolverá intensamente muchas concien­ cias 57. Porque, si hasta estos tiempos, la ayuda al necesitado era referida solamente al orden individual, o también, si se quiere, al plano nacional, en adelante es preciso referirla igualmente al orden internacional, porque el deber de solidaridad de las personas, aña­ de el Papa, es también el de los pueblos. Se amplía la dimensión de esta obligación moral: no solamente entre individuos, sino tam­ bién entre pueblos y naciones. Y en este mundo universal de soli­ daridad, las naciones ricas han de trabajar, no exclusivamente para elevar el nivel de desarrollo de sus propios súbditos, sino también para ayudar a otros pueblos subdesarrollados, ya sea con los bie­ nes superfluos, ya con la riqueza ordinaria, de la misma manera que el señor de posición debe ayudar al pobre con sus propios bienes. Y esta obligación de solidaridad internacional tiene su fun­ damento, por una parte, en la unidad de la comunidad humana, y, por otra, en la injusticia de las desigualdades 58. Había enseñado el Concilio que Dios destinó cuanto hay en la tierra para todos los hombres y para todos los pueblos, y que los bienes creados deben llegar en forma equitativa, en justicia y cari­ dad, a todos los hombres. Y, habiendo actualmente tantos oprimi­ dos por el hambre y la miseria en el mundo, el Concilio urge a 55. AAS 53 (1961), p. 440 ss. 56. Gaudium et Spes, n. 86. 57. P. Progressio, n. 48. 58. Ibidem, nn. 48 y 49.

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