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K A R L IP S E R 2 3 9 salvaré po r mi m arido , que me ha hecho cristiana» (II I, 5, 50 ss.). Finalmente, Shylock, que reclam a la san tidad del con tra to , con tra el cual parecen impo ten tes los Dogos y senadores de Venecia, queda convicto de cu lpab ilidad po r la hábil intervención de una m ucha­ cha d isfrazada; debe, en castigo, de ja rse b au tizar —aunque en rigo r deb iera ser llavado a la ho rca (IV, 1)— y p ierde su fo rtuna. Todo el con jun to es una im pertinencia —con la lógica de una mala ope­ re ta— y dem uestra a Sh. atenazado po r el esp íritu de su época: su tea tro es un reflejo de su tiempo, no de lo eterno. Pues también esta vez falta el can to de la reconciliación, reduciéndose todo a la acre hum illación de un hombre. ¡Ni un esguince de la sim patía cervan tina hacia los hum illados y ofendidos y sí muchos de la em­ pedern ida inhibición e infiel neu tra lidad de Sh.! Tito Andrónico p resen ta igualmente po r p ro tagon ista a un hom b re de o tra raza, un moro de nom b re jud ío , Aarón, verdadero gigante en abyección y regusto del crimen. Es que al genio b á rb a ro y elemental de Sh. le falta el refinam iento que produce la piedad y el tac to esp iritual, como a sus temas el ca rác te r de lo sup rapersonal. ¡ Qué d istin tos el tra to que en los clásicos de la traged ia griega se o torga a la in triga, al engaño y a los asesinos del que reciben en Sh., que los man ipu la nada más al nivel de lo sensacional o pasional y con v istas al sen tim en talism o , al «shock»! Sob repasando siempre la regla de oro del ju sto medio, sin p ro fund izar en lo ve rdaderam en te noble ni en los aspectos grises de la existencia, sino exagerando estos ú ltimos h a sta lo colosal po r el lado de lo patológico, Sh. se encarn iza en la descripción m inuciosa de lo inferior, de lo pequeño y repugnan te, que el a rtis ta au tén ticam en te libre pasa po r alto. En la traged ia helénica las escenas trucu len tas nunca se rep resen taban an te el público, sino que e ran referidas esp iritualizadas, po r el he­ raldo: Agamenón, C litemnestra, Eg isto ... son asesinados en tre bas­ tidores. ¡ En Sh. a las m atanzas les está reservado el pun to culm i­ n an te y ocupan el cen tro m ismo de la escena! T. S. E lio t ha llamado a esa técnica «realismo del como si», p seudo rrealism o ... Ni p resen ta la «catástrofe» como culpa trág ica n i como pecado c ristiano ni como castigo de la desm esu ra que ofende a los dioses: po r eso no es posible a s is tir en él a momen tos un iversales como an te Ilion, Salam ina o Micenas, ni a la lucha de princip ios un iver­ sales, o de m isterios como en Calderón; ni una sola vez aparece la «H istoria», sino sólo «historias», invariab lem en te las m ismas —com­ placencia chauv in ista y anqu ilosis en las viejas fo rm as de los sím ­ bolos nacionales del poder. En la traged ia an tigua conseguía el hom ­ b re, m ed ian te sueños, e sp íritus y apariciones, comulgar con una sab idu ría superio r: 2.000 años después todo eso se conve rtirá en

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