PS_NyG_1967v014n002p0231_0247
2 3 8 S H A K E S P E A R E , PO ETA D E L « E S P L E N D ID O A IS L A M IE N T O » a noso tros hoy, está fundada en las atrocidades de la gue rra y la postguerra. ¡ Hace 40 años Sh. era moderno, actual, etc. —como dice con hum o r T. S. E l i o t en su ensayo Shakespeare and the stoicisme of Seneca — po r lo que tiene de resignado, de mesiánico, de p o rta do r de una nueva filosofía y de un nuevo yoga». La sab idu ría y motivos shakesperianos son de tipo nacionalista- chauv in ista, como tam b ién lo son su arrelig iosidad , no pud iendo po r ello ser los nuestros; tampoco falta en él la bu rla y escarn io rac is tas con tra los jud íos. La rep resen tación o la simple lec tu ra de El mercader de Venecia resu lta sum am en te penosa, p a rticu la rm en te po rque en esa ob ra se utilizan casi todos los conceptos y el mensaje cristianos como vocabu lario p a ra proyectar, con tra su fondo, la abyección de los jud íos. En la figura de Shylock Sh. ha dado expre sión con pa lab ras conmovedoras al destino de este pueblo en un amb ien te hostil (III, 1, 54 s.): «Soy un jud ío . ¿E s que un jud ío no tiene o jos? ¿E s que un jud ío no tiene manos, órganos, p ropo r ciones, sentidos, afectos y pasiones? ¿No se n u tre de los m ismos alimentos, no es vu lnerab le po r las m ismas arm as, su je to a las m ismas enfermedades, cu rab le po r los m ismos rem ed ios? ¿No se calien ta y enfría con el m ismo verano e invierno que un c ristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no re í mos? Si nos envenenáis, ¿no mo rimos? Y si nos a fren tá is, ¿no hab rem os de vengarnos?». Pero al m ismo tiempo su rcan toda la ob ra aires de desprecio, bu rla y rid ícu lo con tra los hebreos — ¡ qué lejos todav ía de la bon dad de Nathan der Weise y qué m a lp a rad a queda una vez más la p regonada «inspiración pa ra todos los tiempos» !—, pues no es co rrec to exigir hoy de todo el mundo una palinod ia o una metanoya, acusa r a los Pad res de la Iglesia y a los san tos de los e rro res y la estrechez m en tal de su tiempo y hacer una excepción con la p re sun ta cima del tea tro occidental. «Le odio p o r ser de los cristianos» (I, 3, 37): así se hace la p re sentación de Shylock, «el perro judío» (II, 8). «Deja que diga "Amén” a toda p risa, an tes de que in terfiera el diablo en m i oración , pues ahí se llega en la figura de un judío» (II I, 1, 60). «¡ Oh, m ald ito seas, pe rro inexorable! ...Tu esp íritu canino em igró a tu cuerpo del de un lobo ahorcado po r m a ta r a un hom bre: su alma cruel desde la m isma ho rca voló al seno de tu pagana m ad re, infund iéndose en ti...» (IV, 1, 128). La h ija de Shylock, Jessica, tiene que escu ch a r lindezas como éstas: «Puedes ten e r una esperanza de que tu p ad re no te engendró, de que no eres la h ija de un judío», y, si eso no le agrada, entonces: «estará de cierto condenada po r pad re y madre», a lo que la muchacha apenas ac ie rta a rep licar: «Me
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz