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236 SH A K E S P E A R E , PO ETA D E L « E S P L E N D ID O A IS L A M IE N T O » los d ram as ingleses no es menos profundo que el ab ie rto en tre los personajes de un Cervantes, Lope o Calderón y los de él. El hálito de la Humanitas christiana orea el paisaje d ram ático español de esos siglos, m ien tras la ob ra de Sh. semeja en esto un páram o lunar. En la traged ia an tigua tam b ién se in triga, se asesina y p ro sti­ tuye en la lucha p o r el poder, pero ac túa como alma del m ito helé­ nico una fuerza de todos conocida y reconocida; la d ivinidad está allí y el juego conduce a la ca tarsis, a la expiación po r el recono­ cim iento de que se ha d istanciado cu lpab lem en te el pe rsona je de lo divino. La solución que Sh. acostum b ra u tiliza r cual panacea es el padecim iento psíquico, el asesinato o el fracaso ... Pues ¿qué es la vida? «Una som b ra que pasa, un pob re ac to r que gesticula y g rita su papel sobre la escena, p a ra no oírsele m ás... Un cuen­ to con tado fu riosam en te po r un loco, en te ram en te ab su rdo ...» ( Macbeth, V, 5, 45). Polvo, bostezo, e rro r, peldaño hacia la fosa ... m uerte. «Alejandro murió , A lejandro fue sepultado. A lejandro se conv irtió en polvo. El polvo es tie rra . De la tie rra hacemos ba rro : ¿ p o r qué con ese b a rro en que se conv irtió no pod ría tap a rse un b a rril de cerveza?» ( Hamlet , V, 1, 229 ss.). La rep resen tación de la m uerte es la p ied ra de toque p a ra vis­ lum b ra r la m en talidad de un a rtista . Pues bien, p a ra Sh. la m uerte no constituye posib ilidad alguna de au to -transfo rm ación hum ana, no significa la pu e rta ab ie rta a nu e stra p len itud en el reino del Resucitado; sus héroes mueren en completa derelicción, final lógico de una conducta desligada de lo religioso. F ren te a él, Calderón escenifica en "Cadenas del demonio” la inviolable libe rtad del hom ­ b re , la lucha en tre las po testades de lo alto y del infierno, y el ansia po r la ayuda de a rrib a , po r la salvación y redención. Sh. mues­ tra, sí, el poder de los demonios, de los e sp íritus y constelaciones, o la eficacia de la astucia, la m en tira y la fuerza, sin conceder al hom b re la posib ilidad de liberarse y salvarse. Pues todo esto tra s ­ ciende el mundo de lo visible y palpab le, el verdade ram en te shakes- peariano . De ah í que ni él ni sus pe rsona jes sospechen o tra s luchas po r la existencia que las im peran tes en el in tram undo de lo efímero y sensorial, ignorando de lleno ese o tro campo de b a ta lla en tre fe e incredu lidad , pecado y redención, el pode r y la gracia. Por lo cual el m isterio de Ju an a de Arco y su sacrificio p o r un am o r más p ro ­ fundo que la m uerte ha superado siempre la capacidad de Sh. y de la mayoría de sus isleños. Jun to a las c rea tu ra s de Sh. los personajes de Esquilo o de Sófocles parecen más europeos —po r más dom i­ nados po r lo divino— y en cierto modo más c ristianos que los de Sh. ¿No rad ica rá ahí ju stam en te la sob restim a actual de Sh. y sus grandes triun fo s en el tea tro y en el cine? ¿E n esa ausencia de

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