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K A R L IP S E R 235 lacho ávido de d istracciones a base de aven tu ras ho rrip ilan te s y estrem ecedo ras? Sh. es el perfecto cron ista y p a ra fra seado r del an tagon ismo hu ­ mano, p recu rso r de o tro s com pa trio tas abanderados del individua­ lismo ciego en la lucha po r la vida. En el transfondo de su ob ra resuenan ya el «homo hom ini lupus» y p relud ios de la sobrevi­ vencia del fu e rte ... y del «peor». El hom b re como an im al de presa o frenética vo lun tad de poder. Eso es lo que tienen de común los hom bres de Sh., no la «Go ttnatur» de Goethe... En pocos au to res nos es dado a s is tir tan imp lacab lem en te al triun fo del mal, de cínicos, h ipócritas, ram eras, adú lteros y logreros fren te al hun ­ d im ien to desesperado de aquellos que, ingenuamente, creían en la ju stic ia , en el derecho y la moral, pues «a buen fin no hay mal principio». ¿Qué en tend ía Sh. por «lo santo»? Tal vez, su ca rica tu ra , como se sugiere en Los dos hidalgos de Verona (II, 4, 145 ss.), donde traza el re tra to de una de sus «madonnas», Silvia: «Llámala d iv ina... Si no, confiesa al menos que es lo más sublime; la soberana de toda la creac ión ..., san ta, d iscreta, herm osa...» . O el de Porcia en El mercader de Venecia (II I, 7, 38 ss.): «Así es esta dama: todo el mundo la desea; los hom b res llegan de los cua tro vientos para b e sa r la san ta imagen de esta mortal». La tram oya ideológica de todo esto es puesta de manifiesto po r un m oderno shakespea rista galo: «En la eró tica de Sh. interfieren influencias de la filosofía ocu ltista de los M innesánger y de la moral alegórica de los alqu im istas. En Romeo y Julieta, A vuestro gusto, El cuento de invierno, etc., se ensalza a la m u je r como símbolo de un estado que el hom b re debe m erecer a fuerza de constancia, pureza y abnegación ... En esa perspectiva la conqu ista de un a m u je r no es sino el aspecto ba jo y ex terio r de una recuperación de la un idad con Dios. E impone una ascesis sim ila r a la «búsqueda del san to Grial», los rito s consacrato rios y los grados p a ra log ra r la p ied ra filosofal, siendo significativo que al ú ltimo de esos grados —el enlace del azu fre con el m ercu rio— se lo denom inara boda de rey y reina» 4. Es como d a r un salto a o tro p lane ta el p a sa je de este tea tro isa- belino al hispánico de entonces o al de los trágicos griegos. Desde el pun to de v ista religioso puede incluso a firm a rse que son más afines en tre sí los dos segundos que con el de Sh. El abismo que separa la renuncia de un Carlos V de la ambición magnificada en 4. J. P a ris, W. Shakespeare (P a ris 1957).

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