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¿34 SH A K E S P E A R E , PO ETA D E L « E S P L E N D ID O A IS L A M IE N T O » cien tan y tran sm iten esos hom bres y m u jeres que se ag itan an te las bam balinas de su tea tro ? ¿E n cuál de sus páginas b rillan , si no es po r su ausencia, el verdadero sen tim ien to del Dios vivo, de la cruz, de la p rom esa salvífica? ¿Cuál de sus reyes, lores y p ríncipes se convierte en heraldo del Gran Rey o sabe algo de la p len itud de la H isto ria en Jesuc risto? Po r ello lo que Sh. nos b rind a suelen ser a lo más agudas descripciones de sen tim ien tos hum anos —dema­ siado hum anos—, de b á rb a ro s sucesos locales, isleños (aun bajo el ropaje , rom ano o con tinen tal), desconectados del cen tro de la H istoria. Mucho «pathos», sí, pero sin «telos» y sin verdadero «ethos». Buen testigo de todo esto es B. Shaw, su com pa trio ta y colega de oficio, lec to r de Sh. en sus originales y no en versiones m odernas o en refundiciones ex tran je ras. El d ram a tu rgo inglés de más éxito después de Sh. se ve obligado a confesar: «Es inú til bu sca r en tre sus pe rsona jes un e stad ista o al menos un buen ciu­ dadano, o un gesto de sen tido social, e sp iritua l o m aterial. En todo el tropel, no se ha lla ría uno solo con ap titudes p a ra decoroso con­ cejal o párroco . Nada de au tén tico valo r o fe, de esperanza o segu­ ridad ni de verdadero heroísmo. Lo único innegable en esas piezas es la presencia de la m uerte como sensación, de la desesperación como requ isito tea tra l, del sexo rom án tico , del abu rrim ien to sobre­ do rado de sen tim en talism o y el mecánico tin tineo de sus versos libres» 3. ¿P o r qué sufren tan to s de sus pe rsona jes? Nadie lo sabe, ningún rayo de luz desciende del do lor del m ayor de los pacien tes, Cristo, a su tiniebla. Po r eso, el su frim ien to ha de re su lta r absu rdo . Cuan­ do deja alguno caer de sus labios el nom b re de Cristo no es po r imperativo in te rio r, sino po r la inercia del momento, como el grito del gran m atón de sangre fría: «¡O tro caballo! ¡Vendad mis h e ri­ das! ¡Jesús, piedad! — ¡Silencio! No ha sido más que un sueño» {Ricardo I II, V, 3, 178). Como los que buscan a Dios, los san tos, los apóstoles, luchan po r la redención, así se afanan los Claudio, Ed­ mundo, Gloster, Macbeth, B ru to , Antonio, O telo... en to rno al p rop io an iqu ilam ien to —p a ra rellenar, es verdad , el rito shakespe- riano del asesinato , la pasión o la superstición . O las exigencias de un tea tro de a rrab a l, donde la plebe quiere se r —plebeyamen te— d ivertida: «Mil cosas ho rrib les he llevado a efecto con tan ta lige­ reza como se m a ta una mosca, y, p a ra ser sincero, nada me pesa tan to como el no poder com eter o tra s diez mil», exclama Aarón en Tito Andrónico (V, 1, 141). ¿Cómo no en trever ah í el gusto del popu­ 3. Our Theatres in the Nineties (London 1954).

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