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K A R L IP S E R 245 bien te de libe rtad y de ap e rtu ra in teg ral a la verdad? Difícil con je­ tu ra rlo . Cuando el E stado se a tribuye el puesto de vicario de Dios, p retende de lim itar incluso las fron te ra s metafísicas de los súbditos. Lo cierto es que en esas circunstancias de hecho Sh. se rebajó a cóm­ plice de la au to rid ad pe rve rtida en vez de erig irse en testigo, con­ fidente, in te rm ed ia rio de Dios... El caudal id iom àtico y la fuerza c reado ra de Sh. no conducen a las p ro fund idades de la Verdad y a la Revelación; sus hom b res son sólo hombres, no encarnan po tencias sob rehum anas, ni símbolos, ni m uestran la m eno r asp iración a trascenderse. Edipo no sabe quién se es; pero su p reocupación le lleva al conocim iento de su culpa; los hom b res de Sh. no pueden realizar e sp iritua lm en te el «Conócete a ti mismo» como intuición de la p rop ia finitud, sino que quedan a medio cam ino en consideraciones m o ralizan tes, p resas de un pseudo-humanismo. Del dolor, del llanto y de las ru in a s crece el conocim iento de Dios en el Antiguo Testa­ mento; en Esquilo la reconciliación y una paz metafísica; el cono­ cim iento de sí m ismo en Sófocles..., m ien tras que las m uertes de Ham let, César, Coriolano, Macbeth o Antonio son sólo ru ina. El jud ío escuchaba en la Pa lab ra de Dios la voz del Más Allá... El griego lo en treveía en sus oráculos, en Homero y los trágicos, como el cristiano lo intuye a través del Evangelio. ¿Qué hay en Sh. tra s la co rtin a de lo visible? Nada. Lo visible y tangible son en él la única faz de lo real. Po r eso sus personajes no encuen tran la verdad ni les preocupa. Nada existe de trás del tapiz ab iga rrado de este mundo; sus hilos no conducen a ninguna parte. Ni se busca o tra verdad que la p ragm ática, lo u tilita rio , el éxito político. De ah í a la un ión del señorío de este mundo y del de la fe, a la formación de un Estado-Iglesia, con un rey-papa, con un Dalai-Lama po r cabeza nacional no hay más que un paso. Los reyes deSh. —hom b res o m u jeres— lo dieron. E n rique V III y su h ija seco ronaron con la doble corona, tibetizando e sp iritua lm en te a la «isla de los santos». ¿Dónde se encuen tra en Sh. una purificación, una ca tarsis, com­ parab le a la que experim en ta Edipo en Colono, Orestes en Atenas, Don Juan , Fausto en su ascensión? Sus sinos co rren y concluyen allende la libertad .

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