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K A R L ÍP S E R 243 sin saber ú ltim am en te p o r qué ni p a ra qué, desconocen po r com­ pleto el sen tido de lo abso lu to y sup ra te rreno . Sh. es incapaz de hacernos v islum b ra r el Más Allá tra s las contingencias de este m un ­ do. Cuando uno de sus héroes cae redondo , ¿qu ién nos cerciora de la inev itab ilidad de su caída? Podría o cu rrir exactamente al revés de como ocurre: pues tales p ro tagon istas tropiezan en sus m ismos pies. ¿Cuándo hay uno solo que se someta libremen te y po r p rop ia vo lun tad? Más bien son seres caren tes ya de esa libertad quienes someten a los o tros. En rigo r no parecen ex istir en Sh. «culpables» genuinos, ya que desconocen sus p ro tagon istas la au tén tica libe rtad , con lo cual se adu lte ra o cuando menos difi­ cu lta el sen tido ín timo de lo trágico. La visión fu tu ris ta de La tempestad anuncia la iden tidad de Dios y la Razón na tu ra l: el hom b re como au to-reden tor. Mas, ¿no surge ese grito de esperanza de P róspero de la desesperación de Sh. an te el infierno del p resen te, equivaliendo po r tan to a una evasión hacia un fu tu ro rad ian te? Huida, sí, an te la fuerza del destino, an te la inan idad del saber, pero no hacia la libe rtad del cristiano , sino a un reino de ilusión. Los poetas griegos, jud ío s y cristianos perciben y afirm an aún en lo contingente, en esta lábil realidad del hom b re y de las cosas, su lado olímpico y divino. Sh. no tiene o tra cosa quie ofrecer que psicología hum ana, disecada racionalísticam en te, en tre artificios tea tra les y gestos altisonan tes. En el d ram a an tiguo se d ispu tan las po tencias superio res e infe­ rio res el dom inio de los m ortales, el C ristian ismo a tribuye al hom ­ bre libe rtad de decisión en tre Dios y Satán , Cristo y anti-cristo, la luz y las tin ieb las. ¿Cuál es, en cambio, el eje de la hum an idad shakesperiana? Un dios desconocido, sin trascendencia, ni culto, ni Logos, pu ram en te eticista, hechu ra del hom b re p a ra el hombre: ido la tría p rop ia de un mundo insu la r nacionalísticam en te exaltado. Tipos a los que a rra s tra su ambición sin freno hacia lo m onstruoso en vez de lo hum anam en te grande y cuyo fanatism o term ina en el an iqu ilam ien to del con tra rio , en la persecución religiosa, en «Pro- groms» y m atanzas. De la verdad de la p a lab ra del Señor —«Yo soy la Vida»— y de la Resurrección como el g ran tem a de la His­ to ria , las figuras de Sh. no saben ni de oídas: ninguna se rem on ta po r encima de esta rea lidad a la verdad que significan la Redención y la Resurrección. Ese es, en cambio, el g ran secreto de los pe rso ­ n a jes a fren tado s po r él o po r sus reyes, como Ju an a de Arco, a la que nue stro poe ta no conoce sino como «b ru ja maldita», o Catalina de Aragón y tan to s grandes p rete ridos: Tomás Moro, Juan Fisher, los Peregrinos de la G racia... Grecia no puede ser en lo hum an ístico repetida. Pero aquel es­ 6

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